384. El ritual del amo.
Narra Ruiz
No hay barrotes.
Ni cadenas, ni gritos de otros presos al otro lado de la pared. Solo silencio, y muebles que valen más que la vida de muchos. El mármol del piso brilla como si no hubiera sido pisado jamás. Las paredes están cubiertas con cuadros de artistas que alguna vez vi colgados en galerías que ya no existen.
La cama en la que estoy recostado es grande, mullida, más cómoda que cualquiera en la que dormí cuando era dueño del sur.
Y sin embargo, esta habitación —esta jaula de oro— tiene el mismo aroma que una tumba sellada.
Estoy solo, pero no del todo.
Ella está.
La enfermera muda, se mueve como una sombra entrenada, no emite un sonido, ni una palabra.
Solo aparece con gasas limpias, con esa mirada vacía que me hace preguntarme si tiene algo más que una función: mantenerme con vida… pero quieto. Tal vez también esté rota, o tal vez solo es parte del decorado.
Porque esto, todo esto, no es un hospital, es una maldita escena. Un escenario de lujo montado para mí, porque