369. La herida y el foco.
Narra Ruiz.
Hay algo en este silencio que me eriza la piel como si caminara sobre vidrios rotos desparramados por todo el cuerpo.
Pero no es el silencio de la muerte.
Ese lo conozco. Lo he olido de cerca. Tiene un espesor que se te pega a los huesos, un sabor metálico que se queda en la lengua incluso después de lavarte la sangre con whisky barato.
No.
Este silencio es distinto.
Es el del truco, el del prestidigitador que ya escondió la carta en la manga y solo espera que uno parpadee para cortarte la garganta con una sonrisa.
Camino por el pasillo que lleva al escenario. Cada paso retumba más fuerte de lo que me gustaría.
No hay luces sobre mí, pero las siento igual.
Siento que me vigilan. Que alguien me observa.
Tal vez mi hija.
Tal vez ese hijo de puta que me robó todo, que me arrancó a mi nena, que me dejó en ruinas y todavía se cree artista.
Me arde la espalda.
El cuerpo entero.
No duermo más de tres horas seguidas desde hace días. Tengo el pulso temblando, pero el alma firme.
Po