319. Última llamada.
Narra Tomás Villa.
El peligro tiene aroma.
Y hoy huele a papel húmedo, a tinta seca, a una página arrancada con rabia.
Estoy en mi estudio. El único espacio que podría llamar templo. Luz tenue. La sinfonía número 7 de Shostakóvich apenas susurrando desde el rincón. Afuera llueve, como si alguien allá arriba quisiera acompañar el dramatismo de este momento con clichés. A veces el universo coopera.
Frente a mí, la foto de Ruiz, tomada en Buenos Aires, hace exactamente tres horas. En la imagen se lo ve caminar por la terminal subterránea, el rostro semioculto tras unos anteojos oscuros que no engañan a nadie. No es un hombre que pueda pasar desapercibido. Es un símbolo. Un mito. Un tótem de poder y pérdida. Un padre atravesando el infierno.
Y está cerca.
Lo siento en la sangre.
Como se siente una tormenta antes del trueno.
Mis fuentes son discretas. Leales. Pero no son inmunes al error. Y ahora... algo se ha deslizado. Una filtración. Un mensaje que no debió haberse enviado sin mi autori