317. El mapa sin territorio.
Narra Ruiz.
No sabía que el miedo podía oler a tinta.
Pero lo hace.
Está en las cartas. En los sobres sellados con cera negra. En cada fragmento de papel que llega a mis manos sin remitente, sin rastros, pero con precisión quirúrgica. Como si alguien me conociera por dentro, y supiera qué palabras van a doler más, qué frases van a hacerme temblar justo antes de apretar el gatillo.
El último llegó esta mañana. Dentro de una caja de madera vieja, con bordes gastados. Sin sonido, sin explosivos, sin drama. Solo la caja. Y dentro, una fotografía.
Dulce.
No es una foto robada en la calle. No es un montaje. Es una toma cercana. Su cara. Su mirada. El fondo, borroso. Pero distinto a los anteriores. No es la casa segura. No es el escondite donde Stan la dejó con Brisa. No hay alfombras modernas ni paredes blindadas.
Hay luz blanca, de hospital.
Hay una silla de mimbre.
Hay una ventana con rejas, apenas visible detrás.
Y el detalle final:
Una rosa seca. Pegada al borde de la imagen, como si fu