316. El sueño de los muros.
Narra Lorena.
Despertar no es como volver del sueño.
Es más bien como salir de un pozo.
Espeso, denso, con la garganta apretada y un sabor metálico en la lengua.
No sé dónde estoy.
Lo primero que veo es el techo. Alto, blanco, pero no hospitalario. Tiene molduras viejas, de esas que ya no se usan. El aire huele a lavanda y desinfectante. A encierro elegante. A simulacro de hogar.
Me quiero mover. No puedo.
Los músculos me tiemblan.
No estoy atada, pero el cuerpo no me responde. Como si me hubieran dormido por siglos.
Trago saliva. La boca está seca. Un zumbido, leve, constante, me retumba en los oídos. Y una palabra. Una sola, que viene y va como un eco:
Dulce.
Entonces recuerdo.
El manuscrito.
Tomás.
La caja.
La visita. Su perfume. Su voz tranquila. La copa de vino.
El beso.
La aguja.
Intento sentarme, pero el peso del mundo me cae encima. Aprieto los dientes. Una gota de sudor me corre por la sien. Y es en ese momento que la puerta se abre.
Una mujer entra, con uniforme blanco. Jov