313. Punto y coma.

Narra Tomás Villa.

El cuerpo de Lorena pesa menos de lo que imaginé. No porque esté liviana, sino porque la inconsciencia le quita esa energía indomable que siempre la rodea cuando está despierta. Es otra. Silenciosa. Su piel parece más clara bajo la luz de la ambulancia privada. El suero cuelga, el respirador apenas susurra. No hay barrotes, no hay guardias. Solo nosotros y el murmullo del motor que nos lleva a casa.

A mi casa.

A su nuevo escenario.

El traslado ha sido fácil. Un donativo generoso a las autoridades penitenciarias correctas. Una historia clínica fabricada con precisión. Síntomas creíbles. Un colapso nervioso. Un tratamiento urgente. Y sobre todo: una clausura al ojo público. Nadie preguntará. Nadie debe.

Porque Lorena merece intimidad.

Merece ser admirada, no observada.

La clínica está en la ladera de un monte artificial, rodeada de jardines que nadie camina. Blancos los muros, gris el cielo, perfecto el encierro. No hay ventanas verdaderas, solo espejos que fingen abr
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