312. El hilo suelto.

Narra Lorena.

Me despierto con esa incomodidad que deja el sueño cuando no lo recordás, pero te deja un nudo en la garganta. Hay algo fuera de lugar, pero no sabés si fue en la cabeza o en el mundo. Y en este lugar —con este olor a óxido, a humedad, a mujeres rotas por dentro— todo es sospechoso.

Me siento. Me acomodo el pelo. Hace tres días que no me lo lavo, pero me acostumbré a medir el tiempo en otras unidades.

Una taza de té caliente es un lujo.

Una carta que llega sin tachaduras, un milagro.

Y escribir… escribir es otra forma de respirar.

Pero ahora, no sé. Hay algo que no me cierra. Algo que no debería estar donde está.

Me siento en el rincón donde trabajo, una mesita de madera flaca que apenas aguanta la pila de borradores. Tomás mandó más hojas, más tinta, más "ánimo", como si eso fuera combustible para el alma. Pero cuando hojeo el manuscrito, algo me paraliza.

Una frase.

No la escribí yo.

Es mi letra, sí. Es mi estilo, o casi.

Pero hay un filo que no reconozco. Una crueldad
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