280. El regalo envuelto en fuego.
Narra Ruiz.
La noche cae sobre la ciudad como un manto de terciopelo caro. Estoy en la terraza del penthouse, copa de coñac en mano, el reflejo de las luces doradas de Dubái acariciando la piscina infinita, mientras Dulce duerme a salvo en su habitación blindada, con más sistemas de seguridad que un banco suizo. Estoy cómodo. No, más que cómodo. Estoy acostumbrado. A que me sirvan, a que me sonrían sin saber quién soy, a que el mundo crea que soy otro. A que me teman, incluso sin saberlo.
Brisa llega tarde. No suele hacerlo. No sin razón. No sin intención.
—Traje algo —me dice con ese tono suyo de niña mala, cruzando las piernas en ese vestido negro demasiado corto para esta altura de los rascacielos.
Me observa como si esperara un castigo. O una bendición. Me tiende un paquete rectangular, envuelto como si fuera un regalo barato. Papel marrón, cinta común, sin remitente. Y, sin embargo, apenas lo tengo en las manos, siento que pesa más que lo que aparenta. Hay algo ahí. Algo denso. A