247. La sonrisa en el espejo.
Narra Ruiz.
El whisky me quema justo donde quiero: en la garganta, cerca del corazón, pero no tanto como para ablandarme. A través de los ventanales polarizados, el paisaje de la ciudad nocturna se derrama como una joya líquida. Las luces no me ciegan; me acarician. Este piso en Puerto Madero no es un refugio. Es un trono.
Y yo, aunque no me guste admitirlo en voz alta, hace rato que me siento cómodo con la corona puesta.
No soy el tipo de capo que se esconde en cuevas húmedas, rodeado de perros flacos y fusiles oxidados. Eso era antes. Eso fue cuando todavía tenía hambre. Ahora... tengo gusto.
Sofás de terciopelo, arte moderno colgado sin saber si está al derecho, caviar en la heladera aunque no me guste. Me codeo con empresarios que ocultan su podredumbre con perfumes franceses y políticos que no se atreven a mirarme a los ojos, pero igual me sonríen en las galas.
Y sí, me gusta.
Me gusta vestirme con trajes de diseño sin etiquetas, solo para que nadie sepa cuánto valen. Me gusta qu