251. El que escribe en la sombra.
Narra Ruiz.
No duermo.
O mejor dicho, duermo con un ojo abierto y la pistola debajo de la almohada.
Es una costumbre vieja que nunca perdí, como no confiar en nadie que te mire demasiado a los ojos mientras brinda. Pero esta vez, el insomnio no es por paranoia. Es por una puta novela.
Desde que Brisa me lo mostró, ya lo leí dos veces.
No me preguntes por qué. No soy lector. No me interesa la literatura. Me gusta lo que se puede comprar, tocar, robar, poseer. Pero este libro me posee a mí.
Y lo peor… es que lo sé.
—Jefe, ¿quiere el desayuno en la galería? —me pregunta Antonia, la mucama que trabaja con nosotros desde hace seis años. Me respeta como si fuera el Papa, pero me prepara el café como si yo fuera su hijo enfermo.
—En el escritorio. Y sin tostadas. Dulce me está robando las que dejo.
—La nena se las gana, señor. Dice que las suyas tienen más “amor”.
—Tienen más manteca.
Sonríe y se va.
Yo abro el cuaderno que tengo reservado solo para esto. Desde hace una semana anoto cada fra