239. La herida abierta.
Narra Lorena.
No duermo esa noche. Ni las siguientes. El cuerpo se me apaga por ratos, como si entrara en una especie de coma a voluntad, pero el alma no descansa. Se queda ahí, empapada en una fiebre de imágenes que no se van. Dulce. Su risa, su voz que no reconozco, ese gesto que hizo con la mano mientras corría por el parque como si todo el mundo fuera suyo. La vi tan feliz… tan lejos. Y no puedo evitar preguntarme si piensa en mí. Si se acuerda. Si en algún lugar de su cuerpito aún hay una huella mía, una voz mía, un aroma.
Siete años. Siete años de silencio, de encierro, de oscuridad. Siete años en los que me repetí como un mantra que probablemente estaba muerta. Que la habían enterrado como a un secreto sucio, como a una prueba más del desastre que dejó Ruiz. Siete años en los que apreté los dientes para no gritar. Para no quebrarme. Para no matar a alguien solo por seguir respirando.
Pero no estaba muerta.
No estaba muerta, y no me lo dijeron. Gomes lo sabía. Lo supo antes que