208. El veneno de la miel.
Narra Lorena.
Ya está.
Falta solo dos días.
Lo repito como un mantra. Como una promesa. Como si decirlo me acercara más a ese instante imposible en que dejaré atrás estas paredes, este encierro disfrazado de mansión, esta prisión perfumada.
La mujer mayor, la nana, ella nunca me dijo su nombre real, yo la llamo Abuela en secreto, pasó esta mañana con la bandeja del desayuno y un gesto distinto. Casi nervioso. No es su estilo temblar, ni mirar por encima del hombro. Pero lo hizo. Y cuando me entregó el café con leche (ya no tan amargo, le pone azúcar sin que Brisa lo note), me dejó un paquetito disimulado entre las servilletas.
Una llave.
No me atreví a verla del todo. Apenas la toqué con las yemas de los dedos mientras la escondía bajo el colchón. Pero era real. Pesada. Fría. Casi lloré.
"Será en dos noches", me dijo, sin mirar directamente. "Cuando todos duerman. Habrá un camión de reparto. Yo voy a distraer al conductor. Vos salís por la cocina, hay una trampilla que da al fondo. No