209. La dama y la correa.
Narra Ruiz.
Despierto con el sabor de su piel aún en la boca, es deliciosa, no me canso de saborearla.
A fuera, el sol apenas se filtra por las cortinas. La habitación huele a transpiración, a perfume caro y a sexo... mucho sexo... Mis dedos siguen enredados en su pelo, y ella duerme sobre mi pecho, o finge dormir, da igual, importa poco. El calor de su cuerpo es una droga para mí, y yo soy un adicto a ella, lo admito, pero no se lo diré. A veces pienso que podría matarla si me traiciona, a veces, que podría matarme si me deja. Eso también lo admito para mis adentros. Ruiz, mira en lo que te estás convirtiendo.
La acaricio despacio, como quien acaricia un arma.
Lorena.
Mi Lorena.
Siempre tan dulce cuando quiere, tan viva cuando le conviene, pero yo también sé jugar.
—Estás despierta, ¿no? —le murmuro, y mis dedos le recorren la espalda desnuda, hasta llegar a esa parte baja que me tiene loco, hace que su corazón se agite.
Ella se estira, se despereza como una gata en celo. Seductora