206. El espejismo perfecto.
Narra Ruiz.
El sol entra por las cortinas como si se animara por primera vez a meterse en esta casa. Y yo no lo echo. Hoy no. Hoy quiero luz. Hoy quiero ver todo con claridad. Hasta a mí mismo.
Lorena está en la cocina, con una bata de esas que le gustan a las madres jóvenes, que no son ni demasiado sueltas ni demasiado provocativas, pero igual a mí me vuelven loco. Se mueve como si estuviera en su casa. Se sienta a la mesa y toma café. No me habla mucho, pero no se esconde. Esa distancia cálida, esa mezcla de orgullo herido y ternura, me enamora. Me jode también, porque no la puedo quebrar del todo. Pero me enamora.
—¿Y la nena? —le pregunto, sabiendo bien la respuesta.
—Durmiendo. Comió hace una hora. Me gustaría tenerla un ratito más conmigo, si te parece.
Le sonrío. Hoy todo me parece.
—Claro. Vamos a buscarla juntos.
Subimos. Abro la puerta despacio, como si me diera miedo despertarla. La nena está ahí, con el puñito cerca de la boca, dormida como una santa. Tiene los cachetes re