205. El arte de torcer un alma.
Narra Ruiz.
Me gusta el silencio antes de un castigo. Ese que huele a calma antes del relámpago. Brisa está en mi habitación, arrodillada junto a la cama, con el pelo suelto y la mirada cargada de ansias. No hay miedo en sus ojos. No todavía. Cree que va a recibir un premio.
La dejo creerlo.
—¿Te acordás lo que me dijiste anoche? —le pregunto, sirviéndome un trago de whisky, sin mirarla.
—Claro. Lo de Lorena.
—Sí. Eso. —Bebo lentamente. El fuego baja por mi garganta y me hace cosquillas. Giro hacia ella—. Me gustó que me dijeras la verdad. Lo aprecio.
Ella sonríe, se levanta un poco, se sienta en la cama. Tiene esa forma de moverse como una gatita que aprendió a arañar. Y a mí, qué querés que te diga, a veces me divierte ver cómo se esfuerzan por ser indispensables.
—Siempre voy a decirte lo que veo. Aunque te duela —me dice. Le tiembla apenas la voz, porque no sabe si lo que va a venir es un abrazo o una mordida.
—Por eso estás acá. Porque confío en vos. —Me acerco, le acaricio el me