189. El monstruo que soltamos.
Narra Ruiz.
Hay algo de mágico en ver a una criatura dormida sin saber todavía qué le va a tocar ser en esta vida, si va a inclinarse por lo bueno o por lo útil, si va a ser un alma noble o una mente afilada como la mía. Dulce duerme como si no supiera que afuera del cuarto se cocina el infierno. Y eso está bien. La quiero así: ajena a todo. Lejos de los balazos, de las traiciones, de la mugre que todavía tengo metida entre las uñas.
Mientras la miro, me llega el informe que estaba esperando. Brisa entra al despacho con esa mezcla de entusiasmo y hambre que siempre la acompaña, como si todo lo que hiciera fuera por amor, pero, en el fondo, fuera por devoción ciega, por esa necesidad de agradarme, de que la mire, de que la nombre. Y aunque nunca lo digo en voz alta, a veces me pregunto si esa mina no está más loca que Luisito.
— Gomes volvió a la comisaría. Lo tienen acorralado con las declaraciones, lo van a llenar de papeles y entrevistas. Pero el tipo no afloja — me dice, sentándose