184. La promesa de una fiera.
Narra Ruiz.
La última vez que alguien me miró así, le arranqué los dientes con una pinza de mecánico.
Pero esta vez...
Esta vez la mirada viene de ella.
Y duele más que cualquier castigo.
Lorena está del otro lado del cuarto. Sin armas, sin aliados, sin una salida. Pero con los ojos bien puestos, los de una madre lista para matar si me acerco medio centímetro de más.
—Dámela. Ahora.
—¿No te enseñaron a pedir las cosas, querida? —le digo, girando el vaso en la mano—. Aunque sea un “por favor, Ruiz, dejame abrazarla una vez más antes de que te pudras en el infierno”.
Ella avanza.
Los nudillos blancos de tanto apretar los puños.
No se detiene.
Ni cuando ve la pistola en mi cintura.
Ni cuando Clarita cierra la puerta desde adentro.
—Dámela —repite. La voz le tiembla—. No quiero hablar con vos. No quiero verte. Solo quiero a mi hija. Ella no es tuya. No es de nadie más que mía.
La miro.
Miro a la nena.
La vuelvo a mirar a ella.
Y miro todo este puto rompecabezas roto que tenemos entre los