161. El último disparo del perro fiel.
Narra Ruiz.
La libertad...
La tengo ahí.
La puedo saborear, como se saborea un beso que estuvo esperando años.
Cinco pasos.
Cuatro.
Tres.
Y el aire cambia. Ya no huele a encierro ni a sudor rancio. Es otro. Más frío. Más vivo. Más traicionero también. Nos rodea el campo abierto, la ruta allá a lo lejos con sus faroles titilando como estrellas que no nos miran. Ya no hay techo que nos contenga, ni paredes que nos escupan la humedad. Sólo el cielo... y la puta promesa de que quizás, esta vez, sí.
Y entonces...
—¡ALTO! ¡POLICÍA! ¡NO SE MUEVAN!
El grito es como un cuchillo oxidado en la espalda.
Nos frena en seco.
Los reflectores se prenden todos de golpe. Una descarga blanca. Como si Dios nos apuntara con sus ojos ciegos. Nos quedamos duros, paralizados, dos sombras condenadas en el centro del escenario, justo cuando pensábamos que se caía el telón.
Torrez da un paso más. Se adelanta. Todavía tiene a Lorena de las esposas, tironeándola como si fuera suya. Como si aferrarse a ella le gara