162. Donde duele, queda.

Narra Lorena.

Ruiz está en el piso.

No lo digo como metáfora, está literalmente en el piso. Boca abajo, con la cara medio vuelta hacia mí. Tiene una sonrisa chueca, insolente, de esas que parecen una mueca pero que esconden veneno. Lo miro mientras lo levantan. Gomes le mete la rodilla entre los omóplatos y lo pone de rodillas, con los brazos todavía esposados a la espalda. El pelo revuelto, la boca seca, la camisa empapada de sudor y sangre que no sé si es suya o de Torrez. Me da lo mismo.

Pero lo sigue mirando todo como si él tuviera el control. Como si esto fuera apenas una pausa en su película personal, esa donde él siempre es el protagonista. Hasta esposado se las arregla para parecer dueño del escenario.

Y entonces, aparece Gomes.

Camina despacio, sin apuro. Tiene ese estilo de tipo que sabe que ganó, pero no se desespera por celebrarlo. Se para frente a Ruiz y no dice nada durante unos segundos. Lo observa como si estuviera viendo un animal raro, uno que nunca pensó atrapar con
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