159. La traición tiene cara de perro fiel.
Gomes aprieta la mandíbula mientras pisa con fuerza sobre la hojarasca húmeda del jardín trasero. El chaleco táctico le aprieta el pecho, el arma le pesa en las manos, pero lo que más lo hunde es el vacío que le dejó la noticia recibida apenas minutos atrás.
—Están muertos, capitán. Todos. —La voz del agente retumba en su oído, desde el auricular—. Los del equipo de traslado. Alguien los emboscó camino a la base. Solo quedó Torrez.
Y ahora lo ve.
Ahí está ese hijo de puta.
Grande como una torre, arrastrando a Lorena como si fuera un paquete sin valor.
Ella forcejea, pero él la controla con una precisión sin rabia. Profesional. Milimétrica.
Gomes se queda quieto un segundo.
El estómago se le retuerce.
No hay gritos. No hay disparos aún.
Solo el zumbido de la sangre en sus oídos.
Torrez.
Torrez, el que se hacía el torpe. El que reía lento. El que parecía un perro domesticado.
Torrez, el que le juró lealtad.
Torrez, el que ahora arrastra a la única mujer que podría haberle ayudado a des