154. El arte de rendirse sin entregarse.
Narra Lorena.
No me mira como un asesino. No me mira como un monstruo. Me mira como un hombre que finalmente consigue lo que siempre deseó. Y eso… me da más miedo que una pistola en la frente.
Torrez traba la puerta con un giro firme. Ni una ventana, ni un escape. Solo esa cama, grande y desnuda, con el colchón vencido y sábanas que crujen como sus nudillos cuando se estira. Se saca la campera. La tira sobre una silla. Después, con calma, se remanga las mangas de la camisa.
—Linda habitación, ¿no? —dice, con una sonrisa torcida—. No es el cabaret, pero tiene lo suyo.
—Tiene olor a encierro —respondo. Mi voz suena más firme de lo que esperaba.
Él se acerca. Despacio. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Me acaricia el rostro con los dedos ásperos, curtidos por la calle y la violencia. No es una caricia amable. Es posesiva. Como si marcara territorio. Como si dijera ya estás dentro de la jaula, no hay vuelta atrás.
—Vos estás hecha para lugares así. —Su dedo baja por mi mejilla, po