153. El lenguaje de los cuerpos.
Narra Lorena.
Lo primero que noto es el olor. Cemento viejo, madera podrida, sudor rancio. Estoy en una habitación pequeña, sin ventanas, apenas una cama dura contra la pared y una silla. La cerradura suena como una sentencia final cuando Torrez cierra la puerta tras de sí. Estoy sola con él.
Y él... él sonríe. Siempre con esa maldita sonrisa torcida que no termina de ser amable ni del todo cruel. Se sienta en la silla frente a mí, gira el respaldo y apoya los brazos como si estuviéramos por charlar de cualquier cosa, como si esto fuera un juego entre viejos amigos.
—Bueno... —dice mientras se quita la gorra de policía falsa que ha usado todo el día— ahora sí, estamos solos.
No respondo. Mi pulso martilla como un tambor tribal, pero no dejo que se note. Me encojo un poco contra la pared, fingiendo vulnerabilidad, dejando que él crea que me está quebrando. Porque eso es lo que quieren. Vernos rotas. Pero yo no me rompo. Yo aprendo.
Torrez me observa como quien mira una caja cerrada con