Pudo ser peor.

Catalina lo miró sin comprender del todo, con el cabello pegado al rostro por el sudor y los dedos aferrados a los hombros de los niños, como si temiera que desaparecieran si los soltaba. ‎‍‍‍‍‍‎

Bajó un poco la ventana, con el pulso acelerado y los músculos tensos, intentando escuchar mejor sin confiarse demasiado. ‎‍‍‍‍‍‎

El ruido de la lluvia la confundía, no sabía si afuera seguían los disparos o si el peligro realmente había pasado. ‎‍‍‍‍‍‎

—¿Qué… qué está diciendo? ‎‍‍‍‍‍‎ —preguntó con un hilo de voz, sintiendo que el mundo giraba demasiado rápido y que su mente no lograba alcanzar lo que acababa de escuchar. ‎‍‍‍‍‍‎

—El señor Julián sabía que podían intentar algo en su contra. Nos dio órdenes de no dejarla sola en ningún momento ‎‍‍‍‍‍‎ —explicó el hombre, bajando el arma y mirándola con respeto, como si entendiera el pánico que la dominaba. ‎‍‍‍‍‍‎

Catalina parpadeó, todavía sin entender del todo, y las palabras se le quedaron suspendidas en la garganta. ‎‍‍‍‍‍‎

—¿Qué..
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