Mis besos alcanzan para todos.
La risa de Elian retumbaba por todo el jardín, tenía la cara manchada de chocolate y una servilleta en la mano que agitaba como si fuera una bandera de rendición.
Lana, con una pistola de burbujas en alto, lo perseguía entre los árboles gritando que era una agente secreta en plena misión.
Sus voces llenaban la mañana de vida, de esa paz que Catalina no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Desde la terraza, Catalina los observaba con una taza de café tibio entre las manos, disfrutando del calor que se filtraba entre sus dedos. El cabello lo llevaba recogido en un moño improvisado que dejaba escapar algunos mechones rebeldes, y las mangas arremangadas le daban ese aire sencillo que tanto la definía.
Tenía los pies descalzos apoyados en el borde del banco de madera, sonreía con calma, como si el aire realmente oliera distinto cuando sus hijos reían.
—Creo que estamos criando dos pequeños terroristas —comentó sin apartar la vista