Los niños retrocedieron al ver a la mujer que se acercaba a ellos con aquel aspecto desaliñado, el cabello enmarañado y los ojos encendidos de emoción contenida.Lana, con los ojos muy abiertos, se escondió entre los pliegues del vestido de la niñera como si buscara una barrera contra una visión que no entendía. Elian, desconcertado y asustado, se abrazó a su hermana con fuerza, como si la presencia de su madre fuera una amenaza y no un refugio.No dijeron nada, ni una sola palabra, solo un rechazo callado, casi inconsciente, que le rompió el alma en mil pedazos a Catalina, como si su propia sangre la repudiara.Luciano se adelantó con paso calculado, colocándose entre ella y los niños, erigiéndose como una muralla protectora con una expresión que fingía preocupación, pero que escondía un intento claro de control.—Los has asustado. No deberías haber venido así, Catalina —dijo con un tono más firme, casi como una orden disfrazada de consejo, intentando convertir su regreso en una falt
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