CAPÍTULO 48
MONSERRAT
Nunca había sido de las que se animaban a dar sorpresas, al menos no de ese tipo. Siempre había sido Julián el que encontraba la forma de asombrarme, de dejarme sin palabras con algún detalle, con algún gesto que me hacía sentir la mujer más especial del mundo. Pero esa noche decidí que quería ser yo la que lo sorprendiera.
Me había pasado la tarde entera pensando en qué hacer, repasando cada posible reacción suya en mi cabeza, hasta que me armé de valor y toqué el timbre de su departamento sin avisarle. Llevaba en las manos una bolsa con comida, nada demasiado elaborado. Mientras esperaba a que abriera, mi corazón latía como si fuera a salirse del pecho.
Cuando por fin la puerta se abrió y lo vi, su expresión fue justo lo que había imaginado: sorpresa, seguida de una sonrisa que iluminó su rostro cansado.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó, todavía incrédulo.
—Vine a cuidarte un poco —le respondí, levantando la bolsa como si fuese un trofeo—. Y a cenar contigo.
Jul