CAPÍTULO 47
JULIAN
La adrenalina del Gran Prix de Mónaco seguía corriendo por mis venas mucho después de que los motores se apagaran. Era mi primera carrera oficial fuera del país, lejos de mi familia, lejos de Monserrat, sin nadie cercano que me ofreciera una palabra de aliento sincera antes de arrancar. No podía negar que me sentía solo, a pesar de estar rodeado de tanta gente. El bullicio de los mecánicos, los flashes de las cámaras, los gritos de la multitud; todo formaba una especie de ruido ensordecedor que me hacía recordar lo lejos que estaba de casa.
Irina estaba allí, por supuesto. Había conseguido cubrir la carrera como parte de la prensa y se movía entre los periodistas con su sonrisa impecable, como si lo sucedido entre nosotros no existiera. Yo, en cambio, no podía mirarla a los ojos. Apenas verla me devolvía un golpe seco de culpa al estómago. Sabía que tarde o temprano debía enfrentarme a la verdad, pero no estaba listo. No ahora. Así que hice lo más fácil: la evité. F