Durante un baile de máscaras benéfico en New York , Sheila Stevens , reconocida cirujana cardiovascular infantil, conoce a un interesante y atrevido italiano con quién tiene una noche de pasión. Sin embargo, al regresar a Miami, recibirá la visita de su ex esposo, quien la traicionó nueve años antes. Las cosas se descontrolan cuando se ex descubre que ella tuvo una hija de ambos y comienza a intentar reconquistarla, porque ella ha estado viéndose en secreto con su amante, el italiano al que conoció hace poco; Un hombre que la hace sentir viva, sexy y hermosa. ¿Decidirá Sheila regresar con su frío, calculador y traidor ex por el bien de su hija, o decidirá arriesgarse a seguir con su vida en brazos del hombre misterioso que se esconde tras la máscara?
Leer más—Ya es hora de que nos divorciemos, ¿no crees, Sheila?
Sentada en el despacho de su esposo, porque él la había mandado a venir, la Señora Zimmel sentía que su corazón acababa de romperse y pulverizarse dentro de su pecho. Hacía apenas unas pocas horas había regresado del hospital, dónde el médico le había informado de una noticia que la había hecho muy feliz, pero ahora, el mundo entero se derrumbaba bajo sus pies.
—Entonces es cierto, lo que publican los tabloides y lo que se comenta por todo Londres.- los azules ojos de ella se llenaron de lágrimas, mientras luchaba contra el enorme nudo que aprisionaba su garganta.- tienes una amante y pretendes casarte con ella.
—Así es. Stella y yo nos hemos estado viendo desde hace meses. Intenté mantenerlo en secreto por respeto a ti, pero las cosas se salieron de control cuando ese paparazzi nos atrapó saliendo del hotel hace dos semanas. No creo que esto te esté tomando por sorpresa, después de todo esta farsa de matrimonio hace tiempo sobrepasó su fecha de vencimiento.
Ella rebuscó entre las cosas en su bolso hasta encontrar un pañuelo desechable y rápidamente procedió a secar las estúpidas lágrimas que corrían por su mejilla. Tomando un par de bocanadas de aire por la boca, intentó mantenerse en calma, el médico le había aconsejado mantenerse tranquila, sufrir emociones extremas podría hacerle daño a su tesoro. Marco estaba siendo demasiado cruel.
Su esposo acababa de confirmar lo que todo Londres murmuraba, Stella Knight era su amante. Sheila recordaba a la mujer bastante bien, ya que la imponente rubia era la modelo y rostro oficial de la fragancia “ Místerio” la última línea de perfume que la compañía Zimmel había lanzado…hacía dos meses.
Así que ese era precisamente el tiempo que su marido llevaba siéndole infiel, alrededor de dos meses.
—¿Acudiste a tu cita con el médico?¿Qué te dijo?—interrogó él.
Ella se aclaró la garganta, queriendo sonar lo más segura y serena posible.
—Los exámenes resultaron negativos. Sólo fue una falsa alarma.
—Perfecto. Eso agilizará mucho las cosas.
La mujer de veinte años contempló al hombre que estaba sentado tras el buró, y en ese instante no sintió absolutamente nada. Ni odio, ni rabia, ni cariño, solo latía en su pecho una diminuta semilla de pena. No por ella y mucho menos por él, sino por el secreto que sabía que debía guardar.
—Aquí están los papeles del divorcio.— continuó él, completamente ajeno a las gigantescas heridas que cada una de sus palabras abría en ella.—llévatelos y discútelos con tus abogados, creo que el acuerdo es justo y además…¡¿Qué haces?!
Ante la vista consternada de quien muy pronto sería su ex esposo, ella rasgó el sobre manila, notó que la firma de él ya estaba en ambas copias del documento, tomó un lapicero y con mano temblorosa firmó ambos, guardando uno dentro de su bolso y entregándole a Marco el otro. Llenando sus pulmones de aire se puso en pie, irguiéndose a todo lo que daban sus míseros uno sesenta.
—No es necesario dilatar esto. No creo que consultarlo con mis abogados sea aconsejable ya que esos viejos ambiciosos solo están interesados en hacer más largo este proceso y sacar una buena tajada por sus honorarios. Solo dime, ¿la casa de la playa en Miami, vuelve a ser mía?
Marco no salía de su estupefacción. En su mente había imaginado toda clase de posibles escenarios para cuando llegara este momento. Pensó que ella lloraría, rogaría o incluso amenazaría, pero jamás, JAMÁS imaginó que ella firmaría los papeles sin leerlos y sin siquiera protestar.
—S…Si. La casa en la playa, es tuya y además abrí una cuenta en el banco para ti. Veinte millones de dólares han sido depositados en ella, considéralos el cumplimiento del acuerdo prenupcial.
—Bien. Creo que no tenemos nada más que hablar, entonces. Adiós, Marco.—susurró ella, girando sobre sus talones y marchándose.
Marco no comprendía por qué, pero la entrevista con su ex esposa le había dejado un mal sabor de boca. El empresario y millonario de ascendencia italiana sentía en lo profundo de sus huesos que acababa de perder algo importante, algo más valioso que la mujer con la que había estado casado durante dos años. La mujer a la que su padre le había forzado a desposar y por la cual no sentía ni la menor pizca de apego.
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Ella doblaba sus ropas lentamente.
Primero sus vestidos, luego las blusas, siguieron las faldas…se desesperó con la ropa interior y terminó metiéndola toda en una bolsa desechable y lanzándola dentro de su equipaje. Al final, todas sus pertenencias, todos sus esperanzas, todos sus sueños cabían perfectamente en dos maletas de viaje y sobraba espacio.
Dándole un último repaso a su habitación, para comprobar que no se olvidaba de nada, la muchacha cerró la puerta, el chasquido que ésta produjo sonó definitivo. El taxi que había llamado media hora antes ya la esperaba, el chofer la ayudó a guardar sus maletas y partieron rumbo al aeropuerto.
Mientras contemplaba los altos edificios londinenses pasar por su lado, recordó todos los errores que había cometido. Las empresas Zimmel , radicadas en Londres, eran las principales proveedoras de productos para el cuidado de la piel, tanto jabones dermatológicos y cremas naturales desde los años ochenta, luego Héctor, el padre de Marco, había ampliado los horizontes de la compañía al integrarse a la industria farmacéutica. Por otra parte, mi familia, los Stevens, somos los propietariios de tres de los hospitales más renombrados de Estados Unidos y varias clínicas, de ahí que a mediados de los noventa Héctor Zimmel y mi padre, Arthur se habían convertido en socios de negocios e incluso buenos amigos.
“Mi primer error fue enamorarme ciegamente de Marco durante unas vacaciones familiares compartidas en Hawai, había sido una curiosa e inexperta chica de dieciocho años y él un joven cínico y amargado de veinte."
Había sido una tonta, una ridícula, al creer que él sentía algo más por mí que la familiaridad de haber compartido reuniones familiares desde que ambos tenían uso de razón. Los Zimmel y los Stevens, habían compartido varios intereses económicos por décadas.
Mi segundo error fue confesarle a mi madre lo mucho que me gustaba Marco. Entre ella y Cecilia, la madre de él, convencieron a nuestros padres de que no había relación más destinada y perfecta que la nuestra.
Marco se negó rotundamente a los planes maritales de nuestros padres, sin embargo en pocos meses pareció recapacitar y comenzamos a salir. Nuestra boda se llevó a cabo en silencio, en una ceremonia íntima, en la mansión que acabo de abandonar aquí en Londres, desde ese día en adelante él se encargaría de hacerme sufrir desilusión tras desilusión.
En nuestra noche de bodas me sentó en su despacho y me explicó que nuestro matrimonio sería sólo de nombre, un arreglo por interés, por el espacio de un año y que concluido ese tiempo él me concedería el divorcio sin poner peros, dejándome en claro que se había casado conmigo por presiones de su padre y no porque sintiera lo más mínimo por mí. En mi ceguera e ingenuidad creí que podría hacerle cambiar de idea convirtiéndome en una esposa ejemplar.
Me uní a varias caridades, me interesé por los asuntos de la empresa, me las arreglé para tomar clases de cocina durante meses hasta obtener el estatus de chef, le cocinaba a diario, a pesar de que contábamos con sirvientes para ello y le recibía al llegar del trabajo cada día, con una sonrisa en los labios.
Es cierto que Marco nunca me maltrató. Ni física ni verbalmente pero siempre se mostró distante, frío, desinteresado y mientras más desinteresado él se mostraba más empeño ponía yo.
Fui una imbécil.
Mi tercer error fue hacerle las cosas demasiado fáciles. Nunca le reclamé que no me besaba, que no me tocaba. Nunca monté una escena de celos ante las múltiples mujeres que se atrevieron a coquetearle estando yo presente durante funciones públicas a las que asistimos durante nuestros dos miserables años juntos. Pensé que él había prolongado nuestro matrimonio de un año a más porque finalmente comenzaba a quererme. Quizá debí sospechar cuando comenzó a llegar a casa en la madrugada, habiendo comido fuera. Tal vez debí confrontarlo cuando comenzaron a correr los rumores de que tenía una amante…pero no lo hice, porque fui una cobarde y no quería perderle.
Una lágrima traicionera rueda por mi mejilla, y la hago desaparecer enojada.
La noche del lanzamiento de la fragancia “ Misterio” hace dos meses, la recuerdo perfectamente, porque la zorra de su actual amante tuvo la desfachatez de acercarse a mí y aconsejarme que me alejara de Marco por las buenas, antes de que hiciera un gran escándalo y yo quedara como una tonta ante todos. Guardé silencio en esa ocasión, planeando confrontar a mi marido cuando llegáramos a casa, pero para entonces ya eran las tres de las madrugada y tuve que lidiar con un Marco completamente borracho.
Y ahí cometí mi último y más grande error. Nublado por la bebida, él comenzó a hacerme el amor y yo estaba tan desesperada por una pizca de su atención que olvidé las dudas, olvidé las inseguridades, incluso borré de mi mente a la despampanante modelo y me entregué a sus caprichos, delirante de felicidad porque creí que finalmente se cumplían mis más profundos anhelos.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Marco me acusó de aprovechada, de ser una vil manipuladora y me dejó bien claro que no se responsabilizaría si había consecuencias y que en caso de yo haber quedado embarazada él pagaría para que me hiciera un…un…No puedo ni siquiera pensar la palabra.”
El taxi se detiene frente al aeropuerto y ella se encamina hacia la zona de información. A pesar de todo, no ha sido un día tan terrible, un vuelo partirá hacia Estados Unidos dentro de media hora y tiene asientos disponibles. En clase de turista, pero eso es lo de menos. Para matar el tiempo, la chica entra a una tienda en el aeropuerto, y compra un peluche. Es un patico amarillo con un lazo plateado atado al cuello. Lentamente, se saca el anillo del dedo y lo ata al lazo en el cuello del peluche.
Ya cuando se produce el despegue, la muchacha se acomoda en su asiento y deposita una mano sobre su vientre, ausentemente, intentando consolarse de lo que nunca tuvo con lo que pronto tendrá en sus brazos.
—Nos casaremos de nuevo.— comentó él, tajantemente. —No. Marco gruñó. —¿Como puedo convencerte, darling?— interrogó, en tono suplicante._ ¿Te he dicho lo mucho que te amo? —Estas convenciéndome bastante bien. Sigue así por, no sé…unos…veinte años, y puede que lo reconsidere. —En veinte años seré un viejo. No seas tan cruel. Hagamos las cosas bien esta vez. Casémonos por amor y no por interés. —La primera vez que me casé contigo nuestro matrimonio fue un desastre. —Esta vez será diferente. Juro que seré tu esclavo, tu amo de casa si quieres. Te esperaré de regreso cada tarde con la cena hecha, te prepararé el agua para el baño, te llenaré la casa de orquídeas, te llevaré a bailar, juro que… Sheila colocó su dedo índice sobre los labios de él, y él sacó su lengua, lamiéndola. —No me casaré contigo, Marco. Has demostrado que eres un esposo pésimo pero eres un amante excelente. Marco enrojeció, poniéndose furioso. —¿Entonces esta será nuestra relación? ¿Sexo sin sentido hasta q
Sheila manejaba apretando el acelerador. ¿Y si Marco resbalaba y se caía en el baño? ¿ Y si su pierna fallaba y se golpeaba la cabeza? A su mente venían una y otra vez todos los peores escenarios imaginables. Había sufrido mucho cuando Marco había tenido su accedente, pensando en que había podido perderlo irremediablemente y ahora estaba al borde de la histeria de nuevo. Llegó al edifico y pidió subir al penthouse. El custodio de la puerta llamó a Marco y le permitieron subir al elevador. Su pecho estaba lleno de angustia, se sentía desesperada e inquieta. Le abrieron la puerta y se abalanzó sobre él. Rodeándole el cuello con los brazos y besándole con tal pasión que Marco no supo de qué otra forma reaccionar que no fuese devolviéndole los besos y apretándola por la cintura. Entrelazando sus dedos en el cabello de ella y hundiéndose en la fragancia a vainilla que lo envolvía. Ella rompió el beso, rápidamente recorriéndolo con sus manos en busca de lesiones o de sangre. El mied
Aunque Arthur le había asegurado que no había ningún problema en que se quedara un tiempo más, después de todo la pierna aún le fallaba y podría sufrir un accidente si se iba a vivir solo, Marco no soportaba quedarse un día más en la mansión Stevens. Hizo un par de llamadas, necesitaba contratar una ama de llaves para que le mantuviese limpio el apartamento que se acababa de comprar, que le hiciera la colada, y ya de cocinar se encargaría él si tenía ánimo. Sheila y él no habían conversado sobre lo que había ocurrido entre ellos. Cada vez que ella intentaba disculparse, él la frenaba, diciéndole que todo estaba bien, pero que no quería hablar sobre aquello. Marco no quería continuar sufriendo. No quería continuar siendo una piedra de tropiezo para ella así que estaba planeando su mudanza al apartamento que había comprado, en un par de semanas. —¿Cómo te sientes hoy?—Susurró , entrando a su habitación, trayendole el desayuno. —Espléndidamente.—Murmuró él, fingiendo una sonrisa. Se
Tres semanas después, Marco estuvo listo para ser dado de alta del hospital, ya estaba fuera de peligro. Debía apoyarse en un bastón por un tiempo, pero el ortopedista le había asegurado que con tiempo y rehabilitación volvería a caminar. Los negocios los había dejado a manos del vicepresidente de la empresa, y había decidido no alarmar a sus padres. La salud de su padre era demasiado precaria como para alterarse por algo que ya no tenía remedio. Se sentía extraño, regresar a la mansión Stevens. Había sido un día lluvioso de febrero, y a Marco la pierna le dolía como los mil infiernos. —Vamos, no seas impertinente. Tómate tus medicamentos.— regañó a Marco, al ver que se reusaba a hacerlo.—Por Dios, Marco, deja de comportarte como un niño engreído. Toma tus analgésicos de una vez. Marco rodó los ojos, y se tragó los comprimidos, haciendo una mueca. —Eso es, buen chico. Ahora, vamos, voy a prepárate el baño. Marco palideció. —En serio…no estarás pensando en bañarme, ¿verdad? El
Regresó a la mansión relativamente más temprano, encontrando a Vicky jugando en el jardín con su conejito. —¿Qué tal se ha portado el pequeñín, hoy?— interrogó. —¡Oh, de lo más bien! Lo saqué a hacer popó, pero…— Vicky enrojeció, acercándose a su madre y susurrando.—… en vez de eso, terminó comiéndose las flores de Sawyer. Sheila rió por lo bajo. Vicky tomó a su mascota, metiéndola en su jaula y le dio la mano a su madre para juntas entrar a la casa. *** —Es extraño que Marco no haya llegado aún.— comentó el señor Stevens después de la cena, cuando Sheila dejó a Vicky dormida y descendió a por un té. —Estará ultimando los detalles para su mudanza.— respondió ella, sin levantar la mirada de su tasa humeante. —¿Ustedes volvieron a discutir? Hoy en la tarde salió de aquí muy dispuesto a ir a verte al hospital. Sheila frunció el entrecejo. —Hija... Sé que no es de mi incumbencia y sé que estoy sobrepasando una línea, pero no todas las historias de amor se escriben exactamente igu
Luego de vestirse en su habitación y de buscar el botiquín de primeros auxilios, bajó al comedor. Marco la esperaba descalzo, vistiendo solamente el pantalón de su pijama, dejando al descubierto toda su musculosa y bronceada piel. Sheila se pateó mentalmente. No lograba comprender como no se había dado cuenta de que Casanova era Marco. —Quédate quieto.— Murmuró, tomando un algodón y comenzando a limpiar la herida. Era un corte bastante feo y de bordes irregulares, que necesitaba al menos dos suturas.— tendrán que cocerte. Si quieres podemos ir a emergencias o puedo hacerlo yo, aquí. Las manos de Marco comenzaron a tocarla, acariciando sus nalgas y tirando de ella para tenerla más cerca. —Una de mis fantasías, es tenerte en plan doctora mandona.—susurro él, en tono seductivo. Ella dio varios pasos, lejos de sus peligroso tentáculos. —Esto tiene que parar, Marco. Si continúas manoseándome no lo haré aquí. Marco la contempló a través de sus pestañas. —De acuerdo, doc. Proceda.
Último capítulo