Discordia:
La figura trajeada e imposiblemente alta entró a su oficina, ocupando casi todo el espacio de la puerta y tragó en seco.

—Buenas tardes “ señorita” Stevens.- murmuró él, en su acento británico cortante y frío.

—Di lo que quieres y lárgate, Marco.

—Oh, por favor querida. ¿ Qué sucede con tus modales?— rió él acercándose.

—No los tengo contigo. Tú resurrección después de tanto tiempo no puede significar nada bueno.

—Bueno, ya que quieres ir directo al grano…— susurró él, sentándose justo frente a ella.—confiesa, ¿Por qué has mantenido mi hija oculta de mí?

Marco la vio palidecer y comprimir sus labios nerviosamente, un gesto que recordaba bien, ella siempre se comportaba así cuando estaba nerviosa.

—No se de qué me hablas.— respondió elevando los hombros.

Marco rodó sus ojos.

—Sabes perfectamente bien de qué, o mejor dicho de quién te hablo. Aunque yo estaba perdido de borracho, a menos que quieras hacerme creer que me traicionabas con otro hombre, recuerdo que hace aproximadame
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