CAPITULO 4

JACKSON

La ratita ha palidecido. Su piel nevada se acentúa y su semblante ha perdido color.

—¿Vas a hablar mugrosa?

Ella parpadea y la curiosidad me carcome. Se me hace difícil aceptar el contraste de sus ojos tan espectaculares con su aspecto tan desagradable.

—Yo no me voy a casar contigo.

Con su balbuceada respuesta muevo la nuca, descontracturándome.

—¿Esa es tu decisión?

Miro a Milton y le ordeno que llame a mis escoltas.

Me está gustando sobremanera, el juego de sometimiento que me está planteando la roñosa.

Las palmas me pican, la ropa me molesta y la sangre me hierve ante la intriga. Intriga que amenazo con vencer a mi cordura en cada fantasía que tuvo a la andrajosa como protagonista, pero en circunstancias completamente distintas.

Ella perfumada, usando una bata de blanca seda y una pequeña tanga de encaje rojo. Una tanga con abertura, que me permita follarla y rasparle el coño con cada empellón y la tela frotándose en sus pliegues.

No soy hipócrita y tampoco me lo niego; la he soñado de esa manera.

Mi cerebro la ha idealizado.

La he imaginado con el pelo suelto y ondulado, la mirada al suelo y las mejillas sonrojadas. En mi mente aparece su timidez, su sumisión y complacencia.

—Eres muy estúpida.

—Puede que lo sea —lo farfulla justo cuando me doy la vuelta, siendo su arrebato de valentía sucedido por una frase dicha en ruso que tiene como cometido enervarme; el ruso es un idioma que no manejo y que no entiendo.

—¡A mí no me hables en ruso, sucia de m****a! —con vehemencia la tomo de la barbilla.

—¡Pues búscate a otra candidata! —viborea.

Un viboreo de un pichón de cobra que me hace reír.

Como si tuviera mas opciones…

—¿Y perderme la oportunidad de desgraciarte completamente la vida, pequeña vagabunda? —la suelto—. Tengo que casarme para que dejen de joderme y, ¿qué mejor opción que una rata de laboratorio? Me debes mucho y te voy a usar a mi antojo. Te voy a remodelar y te voy a exhibir como si fueses un juguete recién comprado —me encojo de hombros con indiferencia—. Ya sabes lo que pasa con los juguetes nuevos; a la larga se convierten en viejos y ahí es cuando se los desecha.

—No...

—Oh sí —retruco—. Es que no tienes opciones, mugrosa. No quieres irte a Polonia, pues te casas conmigo. Total, infierno vivirás acá y allá; la diferencia es que allá te van a mancillar, y acá, al menos seguirás respirando, siempre y cuando no me rompas los cojones.

Esbozo una macabra pero gigantesca sonrisa al comprender porque jamás di el paso con Amelie.

Amelie nunca fue una buena posibilidad para mí. Esta roñosa, sin embargo, es la mejor de todas.

La convertiré en una mujer digna de un Lennox. Le daré joyas, ropa de diseñador, los mejores perfumes y tarjetas de crédito sin límite de extensión.

Viajará si quiere.

Vivirá cómodamente.

Conducirá un coche de alta gama.

Comerá en restaurantes gourmet... Pero a cambio se pondrá un puto anillo, firmará un acuerdo prenupcial y se casará conmigo.

Usará lo que yo diga.

Se llevará a la boca lo que a mí se me antoje.

Saldrá a dónde le ordene... Y se largará de mi vida cuando así lo crea conveniente.

Le daré lo que necesita y a cambio me otorgara lo que deseo: venganza y libertad.

La ratita es mi mejor partido. Es manipulable; una escoria que nadie defenderá en Chicago; un pedazo de nada que puedo tomar, sacarle provecho y destrozarlo.

—Pero bueno, a fin de cuentas, es tu elección —finjo que poco me importa su futuro y me doy la vuelta—. Le diré a un viejo conocido que me debe favores, empiece el proceso de deportación contigo —mis palabras la ponen a temblar—. Es sencillo hacerlo para los que trabajan en Control de Aduanas, así que ve despidiéndote de Estados Unidos.

—¡No! ¡No, por favor! —adelantándose a mí, y sin dar oportunidad a que me levante o me aleje lo suficiente, sus pequeños y desesperados dedos intentan cerrarse en mi muñeca. Necesitaría tres manos completas para lograrlo—. Me van a matar —balbucea al borde del llanto—. Me van a matar, por favor te lo imploro.

Rehúyo de su agarre y con tal brusquedad, que la ladronzuela acaba golpeando su cabeza contra el filo de la mesa. Ella ignora el dolor del impacto y yo ignoro que su palma es y será, la cosa más tersa que he tocado en mi vida.

—Entonces vas a actuar con inteligencia y vas a ponerte un vestido de novia dentro de unas semanas —el custodio de mi padre, quien me acompaño desde el hotel hasta los galpones y quien se saluda amigablemente con Milton, entra. Es a él, a quien le indico que ponga de pie a la vagabunda—. Vas a firmar un acuerdo prenupcial donde rechazas cualquier tipo de indemnización, sustento económico o bienes al momento de divorciarnos, y te comportarás como lo que realmente eres: mi nueva mascota.

—¿Por qué? —me enfrenta, empleando un tonito sumiso, meloso y caliente—. ¿Por qué no me dejas ir y ya? Te devolví tus cosas, me castigaste...

—Porque estoy matando dos pájaros de un tiro contigo, andrajosa —mi seguridad va expreso a ella y la levanta sin amabilidad alguna—. Te hago m****a, como a las demás y de paso protejo mi imperio —ensancho una sonrisa—. Es que, si algo aborrezco más que un ladrón callejero, es a un indocumentado usurpando mi país.

—¡Suéltame! ¡Suéltame! —la veo protestar y me gusta. Son fugaces momentos en donde le aflora el lado aguerrido, animal e irascible… y me encanta. No me borra la sonrisa de la cara y debo pasarme la mano por la barba para disimularlo.

—No la sueltes, Elton —demando, analizando con discreción a semejante ejemplar. A veces aparenta ser un inservible y cabizbajo bicho, pero cuando menos me lo espero se transforma. Se saca los harapos y se vuelve una despiadada ave de rapiña.

—¡Bájame, maldito perro! —escupe directo a la cara de mi empleado y eso me detona la carcajada.

—¿Viene el complejo de llama incluido en el paquete?

Sus almendrados ojos verdes me taladran; percibo la ironía, la sorna, la burla y nuevamente me desafía soltando frases en un frio y perfecto ruso que estoy empezando a aborrecer.

Cuadro la mandíbula y en tres zancadas estoy a su lado, enterrándole la mano en el pelo y jalándoselo con violencia—. ¡Vuelves a hablarme en otro idioma y te corto la lengua!

Hace caso omiso a mi amenaza y con veneno se ríe, enseñándome una dentadura blanca y alineada.

—Zatopię cię, Jacksonie Lennoxie. Zatrzymam wszystkie twoje; ze wszystkim, łącznie z twoim życiem.

Explayo la mano, deseoso de abofetearla y es aquí donde mi mente me traiciona.

Mi mente me juega la peor de todas las malditas pasadas. Mi puta cabeza me hace flaquear, como vengo flaqueando desde hace varias noches… Y tres citas contadas y grabadas a hierro caliente en mi sistema.

La rabia me dice que le dé un maldito guantazo, pero mi cuerpo pide otra cosa.

La cercanía con esta roñosa me lleva a imaginármela en cuatro, tirándole del cabello o azotándole las tetas.

Bajo esos harapos hay carne y yo lo se.

Hay carne cremosa pero excelentemente distribuida, hay proporciones y una altura que a su lado me vuelve poderoso, casi invencible.

Jodida perra polaca.

—Cállate —siseo.

—¿No que me ibas a cortar la lengua? —me provoca.

—Vas a ser mi esposa —rechino los dientes, convenciéndome del profundo odio que le tengo—. Te guste o no, lo serás; y mira qué tan noble me portare contigo que te daré mi apellido, los privilegios de los ricos y una vida que muchos envidiarán. Puede incluso, que con el mejor de los perfumes y la lencería más cara acabe metiéndome en mi cama para ver qué tan complaciente puedes llegar a ser.

Repentinamente, una espeluznante mixtura de pavor y altanería la envuelve, repitiéndome una y otra vez que el deseo de tenerla en mi cuarto quedara en mis fantasías. Que jamás permitirá que un tipo tan despreciable le ponga la mano encima. Que prefiere recibir un tiro en la frente, antes que alguien le toque la piel.

Que para ella es mejor morirse, a ser tocada por un hombre.

[...]

MILA

El tipo que acaba de llegar me arrastra sin importarle cuánto pataleo.

Es más grande, más fuerte y lameculos que el chofer, pues le pregunta a su patrón en todo momento dónde llevar a la revoltosa.

—Te diría que la lleves al puerto, la avientes en un buque de carga y que la regresen a Polonia toda sucia y hedionda, pero seré misericordioso y le daré una última oportunidad —con explícita sorna se me acerca y ensancha una mueca maliciosa—. ¿Te casas conmigo inmunda ratita?

Trago grueso; muy grueso.

La rueda empezó a girar y yo estaba consciente de que así sucedería. Fueron muchos años esperando este momento, pero el haberlo esperado pacientemente no le resta importancia al hecho de que estoy nerviosa y tengo miedo.

Tengo muchísimo miedo.

El ricachón me dará su apellido junto a todos los beneficios que conlleva convertirme en su esposa, pero la realidad es que hay mas en juego. Mi vida y seis vidas más están en juego. Mi pasado, mi presente y mi futuro están en juego y de un si o un no depende el tipo de final que tendrá esta historia.

—Se me esta agotando la paciencia —anuncia.

—Está bien —me aclaro la garganta y ya no me lo pienso demasiado. Es dar el sí o quedarme en las sombras para siempre.

—¿Como fue que dijiste, inmundicia? —alza una ceja.

—Dije que sí.

La satisfacción que lo embarga se le mezcla con cinismo y mezquindad.

—Maravilloso —exclama—. No eres tan idiota después de todo —chasquea los dedos de mala forma—. Elton, baja a mi prometida ahora mismo —el matón; su matón me suelta sin importarle que trastabillo—. Y donde le hagas un solo magullón te quedas en la calle.

—Lo que usted diga, señor.

Su risa es hiriente y la manera que palmea mi mejilla, humillante.

—Él será tu nuevo seguridad. Te seguirá a dónde m****a vayas y créeme, no le importará cargarte como un costal si se te ocurre entrar a cualquier antro de mala muerte —chasquea con la punta de sus dedos mi nariz—. Tus malas juntas... Olvídalas. A partir de este momento, empezarás a comportarte como una dama, así deba adiestrarte a varazos.

Toma distancia y le entrega a su subordinado una chequera.

—¿Señor?

—Llévala donde Brad. Que le revisen la rodilla y los golpes —ladea la cabeza—. Procura obedecer a mi médico, perrita polaca porque no voy a presentarle a mi familia una novia tullida o coja.

—Por supuesto —no me deja siquiera mediar palabra, porque en perspectiva de toda esta pantomima, yo soy el juguete con el que el ricachón se está divirtiendo.

—No vas a pasar la noche en un albergue —sisea—, pero tampoco lo harás en mi suite. Seguramente será el mejor día de tu miserable vida, porque dormirás en el mejor hotel de Chicago y con la barriga a reventar de comida —saca el teléfono. Rechaza una llamada y vuelve a centrarse en su empleado—. Asegúrate de que le hagan todos los estudios competentes. No quiero encontrarme con una apestada o una enferma terminal.

—Sí, señor.

—Sida, sífilis, gonorrea... —enfila sus feroces ojos oscuros hacia mí—. Porque las vagabundas además de ladronas también suelen ser bien putas.

Mastico y trago, reservándome las maldiciones que tiene su nombre.

Intento restarle importancia al punto de sus ofensivas palabras porque sé que está jugando. Porque entiendo que el rechazo y la frialdad le duele. Porque aún tiene mucho que aprender, sobre todo si de separar negocios de relaciones personales se trata.

—¿Le llamo apenas tengamos los resultados?

El chupa vergas del matón le lame el culo sin descanso y eso es patético.

Demasiado patético...

—Avísame —se aleja esta vez con el móvil en la mano—. Le pediré a Camille que escoja un closet completo para ti, tesoro. Y voy a pagar gustoso, lo que sea necesario, a ver si armonizan, aunque sea un poco tu desagradable aspecto —antes de marcharse y de solicitar la compañía del chofer, Lennox se da la vuelta siendo calculadoramente específico con su empleado de seguridad—. A mi padre… No se te ocurra mencionarle sobre esto.

El primer golpe verbal. La primera bomba y que bajo ningún concepto es lanzada al azar.

—Vamos —indica el custodio en el momento que quedamos a solas en el galpón, tomándome del brazo y llevándome prácticamente a rastras hacia el exterior—. Si sabes que a todo debes acatar, ¿verdad? —asiento al tipejo. Al alcahuete del jefe mayor—. Será más fácil para ti, pero también para mí.

Un Jaguar negro espera y no hay caballerosidad en el trato. Soy empujada a los asientos traseros y sin más, trasladada cual embutido, donde el médico del ricachón. Allí, en una clínica muy particular y exclusiva; de las más exclusivas del Estado y del país es que me recibe el doctor. Un hombre cordial en comparación al resto de los neandertales con que me he topado. Uno que en su revisión habla. Habla de cómo ha atendido a la familia Lennox durante décadas y que siempre fue tratado con aprecio y respeto por cada uno de ellos. Me cuenta entre chequeos que suele trasladarse en vuelos privados a donde el Lobo le solicita y que se ha convertido en su doctor de cabecera, dejando de lado el trabajo para las clínicas y volcándose exclusivamente al cuidado de Jackson y aquellos a los que el determina, merecen atención medica rápida y en un nivel premium.

Él se explaya dándome información que yo ya tenía a mi alcance.

«Conozco a Jackson desde que era un niño. Un niño que creció con la costumbre de tener siempre lo que desea y nunca pedir permiso. Así lo educaron, bajo el concepto de que podía ir y simplemente tomar lo que le gustaba. No se le puede justificar, pero tampoco culpar si los Lennox son de esa forma: van, toman y usan. Luego se aburren y entonces descartan. Es lo que pasa cuando te rodeas del lujo y la ostentosidad del mundo, pero también de la hipocresía y las malas intenciones…»

Sus palabras me ayudaron a comprender que no todos eran ajenos a lo que rodeaba semejante imperio, principalmente cuando sello la consulta con una vehemente despedida

«Si quieres huir del mundo Lennox, esta es tu oportunidad… De lo contrario, te recetare analgésicos, descanso y mucha suerte. Tu rodilla y tus golpes sanaran… Pero no estoy seguro de que tu estabilidad salga bien parada si te involucras con esa familia.»

[...]

JACKSON

Estiro el brazo sobre la larga mesa de vidrio y ojeo las hojas impresas que también se ven reflejadas en las diapositivas.

—Si se invierte en una empresa en desarrollo las ganancias se enlentecerán.

La opinión de uno de mis asociados minoritarios me la paso por el culo. No los necesito para tomar las decisiones más trascendentales, pero si para mostrarme frente al resto de los competidores de la Bolsa como un empresario serio.

—La verdad es que tu opinión, me la paso por el centro del culo —digo lo que pienso, sin filtros y mi padre, que también está presente en la reunión se endereza de sopetón, tentado de regañarme frente a los accionistas.

—Jackson, es una maldita locura invertir tanto dinero en un emprendimiento reciente. No tenemos parámetros que nos ayuden a evaluar si el negocio producirá el porcentaje que esperamos, produzca en seis meses.

—Tú no los tienes —exijo el control de la pantalla y cambio de diapositiva—. En la industria de materiales biodegradables ninguna empresa ha sido exitosa. Ni nylon, ni cartón ni plásticos. Ninguna logró reciclar lo inutilizable y transformarlo en energía renovable —muestro a mis doce servidores la gráfica ascendente que avala mis palabras—. Esta sí. Es pequeña en comparación con las grandes masas, pero efectiva. Tomó el nylon de las bolsas de supermercados Walmart y logró transformarlo en motores de energía eólica.

—¿Qué garantiza que el dinero que Lennox vuelque allí regresará duplicado a nuestras arcas? —la pregunta la vocifera Charles; mi padre.

—Duplicado no; volverá cuatriplicado —asevero—. Y esto lo garantiza —sigo pasando imágenes donde los residuos son tumultos a lo alto de abandonadas colinas ubicadas en las periferias de inmensas ciudades—. Proyectos truncos, planes mal trazados e ideas para nada innovadoras.

Nelson, el inteligente Nelson con un comentario de m****a en la boca, se reclina en la silla.

—¿Cuánto calculas que se debería invertir, Jackson?

—50 —contesto.

—¿50 mil? —indaga mi padre.

—50 millones.

El jadeo se generaliza.

—Es una apuesta demasiado fuerte señor Lennox —opinan en general.

—Yo no hago apuestas. Yo investigo e invierto. Compro acciones baratas a empresas mediocres y completamente desesperadas que han manejado estrepitosamente mal su dinero sin entender que podían haberse forrado y gano, haciéndolas crecer. Es la bolsa —aclaro sin pesar—. Y es el funcionamiento de Wall Street.

Repaso mi barba con el dedo, reparando en el sereno y vomitivo semblante de Charles Lennox.

—Compren la empresa —dicta él, confiando a ciegas en mi juicio para los negocios—. Ínflenla con cincuenta millones.

La sonrisa me aborda, apoyo el antebrazo en el respaldo de mi asiento y me los quedo viendo a todos.

—Voy a pedir otro americano para celebrar esto —murmuro cuando la reunión concluye y los accionistas se van marchando uno por uno hasta dejarme a solas con mi padre.

El momento mas incomodo de cada día y que siempre pretendo evitar.

—La conferencia del ChicagoBussines se hará la próxima semana —me informa de modo tajante.

—Estupendo —Sonya, una de mis dos secretarias de piso, me trae de inmediato un café para mí y un té de manzanilla para Charles.

—Y ya que estamos solos quiero que me expliques la estupidez que me dijiste por teléfono.

Me tenso, pero ya no de rabia, de ira y tampoco de dolor.

Me tenso de puro gusto.

Su mención y la manera indignada en que aborda el tema es la gran afirmación de que voy por buen camino.

—No fue ninguna estupidez. Querías que me comprometiera en menos de un mes —ensancho la triunfal mueca, elevando la taza a mi boca—. Me comprometí en menos de dos horas.

—Estás completamente loco —sisea—. Amelie es tu única...

—Amelie no me sirve.

—¡A ti no te sirve nada!

—Pronto la conocerás —murmuro, ocultando el desdén—. Es un encanto; tú y mamá la adorarán.

—¡Jackson! —con furia, planta el puño sobre la mesa. Quiere dominar la situación, quiere causarme miedo, quiere retroceder el tiempo y llevarme a aquellas épocas donde mi familia me hizo pedazos.

—Me pusiste como condición el matrimonio para poder seguir al frente del negocio. Perfecto —puntualizo—. Pero a la mujer que voy a llevar a mi cuarto la escogeré yo, y no voy a pedirte permiso.

Frustrado y exasperado se toca el puente de la nariz.

—No vas a meter a cualquier golfa en mi familia.

—Tarde, padre —le palmeo el hombro, disfrutando a las anchas de su colosal enojo en lo que Elton llama a mi teléfono—, la golfa ya es parte de nuestra familia —agarro mi portafolio y me pongo de pie, abandonando la oficina y por consecuente, finalizando la jornada laboral para todos—. ¿En dónde están?

—La saqué del salón, señor. Estamos en el vehículo.

Fue al salón de belleza.

Muero por ver eso.

Por apreciar el resultado.

No se me ha borrado la noche uno y tampoco lo que bien que se veía con apenas un toque de Rush en los labios.

—¿Qué tal estuvo con Brad?

—Todo en orden.

—¿Y los resultados? —insisto, sabiendo de antemano que esa mujer es la cosa mas sana y pulcra que ha pisado la faz de la Tierra.

—Se los enviara el doctor a primera de hora de la mañana, por mail.

—Excelente. Llévala a Prada; los vere ahí en media hora.

—Si, señor.

Abordo el ascensor y voy expreso al lobby del edificio; mi edificio.

Lo que me voy a divertir será inexplicable.

Malditamente inexplicable.

[...]

—Jackson —mi nombre, un buen perfume, una sonrisa preciosa y un par de tetas apretadas por una camisa blanca es lo que recibo al entrar a una de las tiendas mas caras de las avenidas principales.

Camille es mi dependienta por elección y la que señalo para que atienda mis necesidades, cada que aterrizo en Chicago. Ella se encarga de preparar regalos y enviar paquetes a las mujeres con las que pacto encuentros aquí, en la ciudad.

—¿Llegó la extranjera? —pregunto con familiaridad.

La rubia de grandes bucles dorados me ve con contrariedad.

—¿Mila? ¿Mila Novak?

Mila...

Ese insulso, corto y estúpido nombre me ha hecho suspirar más veces de las que creí posible.

—Sí; ella —digo.

—Está en los probadores con Lucy.

Se me acerca, ofreciéndome lo mismo de siempre, el whisky de bourbon. Un vaso cargado de W.L Weller.

—Cuando tenga algo puesto quiero que venga. Quiero verla.

Quiero incomodarla, contemplarla y estar seguro de que, hacerla mi esposa y cómplice será el acierto más grande de toda mi vida.

—Es bonita —opina Camille, encaramándose a los percheros cargados de vestidos de invierno—. Algo sencilla y desprolija pero muy bonita. Con las prendas adecuadas lucirá preciosa.

Haciendo un ademán me guía al sector VIP de la tienda; una sala privada que conecta a un único probador donde los buenos clientes; los que pagan hasta por demás pueden deleitarse con el servicio extra que brinda la marca.

Se puede apreciar a detalle la vestimenta, beber una copa y si se quiere, recibir un trato distinguido de las empleadas.

—No te imagine como un hombre que se compromete.

—¿Ella te lo dijo? —indago sentándome en el centro de un amplio sofá de piel.

—Lo dijo su seguridad. Mila parece bastante tímida y se cohíbe con facilidad. Cosa que es entendible —Camille recarga mi vaso—. Una joven humilde atrapando a un millonario... Es como un cuento de princesas.

—Exacto.

Esa es la parte de la historia que todos empezaran a conocer.

—Pero... Le vi la mano —enarca una ceja— Todavía no le pusiste el anillo.

—Es reciente —siseo—. Nuestro compromiso es muy reciente. Lo vamos a escoger juntos.

La rubia de curvas espectaculares se me pasea delante haciendo mohínes.

—Te felicito… Pero admito que estoy un poquito celosa —dice entre pucheros—. Una cosa es envolver los regalos que le haces a las putas por las que pagas, pero otra muy distinta será asesorar a tu esposa.

Ladeo una sonrisa socarrona y palmeo mi pierna extendida.

—Mila no tendrá inconveniente en compartirme —ronroneo con la boca pegada al vaso—. Y la verdad, es que soy un tipo que se siente muy a gusto con el trato recibido en este lugar.

Camille avanza y mostrando un semblante digno de depredadora se coloca en medio de mis piernas, arrodillándose ante mí.

—Me agrada saber que la señorita Novak no es una novia tóxica y posesiva. Las mujeres posesivas son una pérdida económica para Prada.

La sensual empleada se desabotona la camisa, liberando sus tetas generosas y turgentes, y se ríe cuando le digo que quiero y necesito divertirme. Ella es de las pocas que no requiere indicaciones, pues sabe cómo hacerlo. Sabe que me encanta su boca en mi pantalón, su nariz en mi bóxer y sus melones amasándome la verga. Que sus dientes raspando mi cremallera mientras la va desabrochando me prende. Y que su agilidad y precisión es un condimento voraz para mi libido.

—No se te ocurra llamar demasiado la atención, florecilla —se lo jadeo al sentir que baja el elástico de mi bóxer y escupe, untándome la vara con saliva—. No quiero que mi prometida me haga una escena estúpida.

Camille se limita simplemente a mover la cabeza, negando y afirmando conforme salen mis palabras. Su lengua tiesa y caliente repasa mi falo y muerde con suavidad la rugosidad de mi tronco empalmándome rápidamente y disparando mis ganas de encremarle toda la bendita cara.

—Se que te gusta jugar sucio —se lo susurro jalándole el pelo y pegando su rostro en mi lanza empapada. Empinando la pelvis, para rozarle mi tallo en la mejilla y el glande en los labios—. Así que hoy jugaremos sucio y también rápido. Si me corro antes de que mi prometida aparezca te voy a dar quinientos dólares de propina.

El lametón en mi punta es concordancia pura, y quedando erguida se junta las tetas, atrapando mi polla y afirmando en su carne cremosa mi dureza una y otra vez.

Recargo la nuca en el sillón, bebiendo de a ratos el whisky.

La rubia florecilla embadurna mi verga de saliva, succiona mi capullo y magrea mis pelotas mientras sus pechos se engullen mi vara.

—Se siente rico, Camille, pero me urge un poco más —empiezo a moverme, arremetiendo con vehemencia; disfrutando de sus labios devorando mi punta, mientras la baba le chorrea por la comisura y el presemen le baña la lengua—. Ábrela —explayo la mano, enterrándola en su coronilla y echándole la cabeza hacia atrás—. Bien grande, Camille.

Obedece y entonces la insto a que pruebe sin tiempos pausados, sino con violentos embates y furiosas arcadas que se contraen en mi tronco.

—Come, dulzura —su saliva escurre y moja mi pantalón—. Hazme una buena mamada y cómetela toda —soy firme y agresivo al sujetarle el pelo, lo sé por sus protestas. Protestas que se convierten en quejidos y ahogo pero que en ningún momento la detienen.

Por el contrario, sus manos van a mi cadera, profundizando el oral. Tanto así que sus labios alcanzan el nacimiento de mi polla y su barbilla fricciona, estimulándome las pelotas.

Se incorpora un poco y cuando lo hace el voltaje mengua.

Estoy a punto caramelo y detesto quedarme a medias.

—Termínalo —un certero bofetón surca su pómulo—. Viniste dispuesta a chupármela, pues ahora lo terminas. No te vas a ir hasta que te la tomes toda.

El cachetazo marca su mejilla y hace que sus dientes se hinquen mi carne tiesa, caliente y al borde del derrame.

Camille acata.

Camille lame, mordisquea, succiona. Y me retuerzo saboreando el declive cuando las cortinas del probador privado se abren con lentitud, la sencilla tarima se ilumina de la misma forma que se ilumina el sillón y puedo verla.

La veo, me ve… Y detono.

Lo hago con gusto, morboseándome en el pavor y la ofensa de la polaca. Llenando de leche la boca de la vendedora y gruñendo con fiereza hacia la florecilla vestida de Prada, mostrándole lo que puedo llegar a darle si se porta bien.

Lo haré a piacere porque en definitiva la ladronzuela sí es lo que mi mente maquinaba.

En las prendas adecuadas es un puto manjar.

—Delicioso —felicito a la empleada alejándola de mi entrepierna, sin despegar la vista de la andrajosa Novak.

Hago crujir mi nuca y no me apresuro en arreglarme la ropa.

La rubia finge no sentir vergüenza al haber sido pillada y se pone de pie rápidamente, dejándome a solas dejándome con la ilegal callejera.

Una delicatez de mujer que traga grueso, respira con dificultad y vacila. No sabe si avanzar o darse la vuelta y largarse a la m****a.

—Acércate inmundicia —ordeno, balanceando mi whisky bourbon—. Quiero ver cómo te queda lo que voy a comprarte.

Su taconeo es un asunto difícil de ignorar. Sus piernas son delgadas pero torneadas. Definidas al igual que su pequeña cintura y la menudez de su porte.

Empotrarla seguro sería una exquisitez.

Follarla en posiciones trepidantes, un elixir.

Procura desviar la mirada de mí, pero no se lo permito.

—No te hagas la idiota —llevo la mano libre de trago a mi miembro lubricado y lo magreo para ella—. Te gusta. Y aún más te va a gustar tenerla dentro, te lo prometo.

A paso lento, tan lento como tortuoso me avanza. Es y será una vagabunda, pero maneja los tacones como una experimentada modelo de pasarela.

—¿Te bañaron roñosa? —me voy arreglando el pantalón en tanto contemplo su andar.

En definitiva, mi cabeza no le hizo justicia a un ejemplar que exuda candela, sensualidad y sumisión.

—Podré vivir en la calle, pero sucios sólo tengo el alma y el pensamiento.

Lo farfulla tan bajo que no alcanzo a oírle.

—¿Qué dijiste?

Observa hacia un costado—. Nada —musita.

—Mejor —achino la mirada, ordenándole que se detenga justo en el centro de la tarima, donde la luz la baña por completo.

Allí la puedo analizar a detalle. Y no me privo de tal escrutinio.

El cabello es largo y lo trae peinado en abundantes y brillantes cascadas de ébano. Usa un maquillaje muy sutil que realza el grosor carmín de su boca. Una boca ancha y perfilada que invita a morder y lamer.

—Date la vuelta —la polaca se tensa—. Si no te das la vuelta, tendrás un gran problema.

Suspirando pesadamente, obedece. Gira, enseñándome un vendaje en sus pantorrillas y también el vestido. Un Prada de color blanco, ajustado a sus diminutas y torneadas formas. Un atuendo de cuello alto y sin mangas que se le ciñe exhibiendo una silueta armoniosa... Por no decir perfecta.

Su culo es pequeño pero marcado. Sus pechos son diminutos pero turgentes, lo noto porque no usa brasier. Aún en la penumbra se me agua la boca de ver sus pezones rozar la gruesa y abrigada tela.

Sus piernas son largas, delgadas y ejercitadas y su cintura, una obra de arte enmarcada por abdominales que resaltan gracias al elegante vestido.

La andrajosa es mona.

Cuadro la mandíbula.

Más que mona es una puta belleza.

—Vete —digo con un genio de mil demonios—. Todo lo que separaron es tuyo, así que ve y cámbiate.

—¿La... ¿La ropa?

—Ropa, maquillaje, perfumes, zapatos, carteras.

—Pero... Pero yo...

—No se te ocurra objetar, asquerosa polaca —mascullo—. No volverás a usar harapos en mi presencia y olvídate de ir al albergue de mala muerte que acostumbras. Tu precio es fingir que eres parte de la élite norteamericana. Esfuérzate o irás derecho a Varsovia a pagar lo que debes allá.

Su respiración se agita.

Asiente por desespero y desesperanza, y de esa forma se marcha: reteniendo el llanto. Un desagradable llanto, vulnerabilidad y soledad que me prenden. Me prenden más que cualquier otra modelo que he tenido entre las piernas.

Saco el celular del bolsillo y hago una llamada. Se demoran en atender y cuando lo hacen soy conciso, tajante y contundente en mi pedido.

—Quiero que lo averigües todo; absolutamente todo de alguien.

—Dame su nombre, Jackson.

—Se llama Mila Novak.

—¿Una rival en el negocio? —me preguntan con tono neutro.

—Es mi prometida —recito— y quiero saberlo todo de ella.

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