JACKSON
El almuerzo se terminó, la comida se enfrió y el café está helado, sin endulzar y sin tocar, en la mesa.
Llevo casi dos horas sentado en el restaurante. Dos horas desde que ella se fue, feliz, rozagante y radiante a hacer no sé qué mierda.
El mozo se acerca con preocupación, sabiendo que pagué la cuenta hace rato también.
Una mujer llega; alguien que no conozco o al menos no recuerdo. Lo hace luciendo un traje de etiqueta color rojo; traje que se me para al lado y que me obliga a alzar la mirada.
—Jack, qué placer encontrarte por aquí.
Menciona un diminutivo de mi nombre y me obligo a observarla. Rubia, blanca, alta, un cuerpazo. Olvidé cómo se llama o tal vez nunca se lo pregunté, pero tengo bien claro en mi memoria que ella es de las scort más caras por las que pagué en mi anterior viaje a Chicago.
Me valió una fortuna y no me cogió como quería.
—No lo tomes a mal, pero estoy apurado.
Aparto la silla y me pongo de pie. Guardo mi billetera y agarro mi portafolio, pues, aunque