Dos noches después, recibió una invitación para un evento benéfico en la ciudad. Una de las mujeres del taller le había hablado de ello y la animó a asistir. Miranda aceptó sin dudarlo.
La noche del evento se vistió con un vestido elegante, pero no el típico traje recatado y calculado que solía usar para complacer a las familias aristocráticas. Era un vestido de seda azul profundo, sencillo, sin excesos, pero que resaltaba su piel y la fuerza de su mirada. Se maquilló apenas, dejando que su belleza natural hablara por sí misma.
Adrián entró en la habitación justo cuando ella se colocaba los pendientes. Se detuvo en seco. Sus ojos se clavaron en ella, y por primera vez en mucho tiempo no supo qué decir.
—¿Vas a algún sitio? —preguntó al fin.
—Al evento benéfico en el Gran Salón. Tú también estás invitado, pero imagino que ni lo recordabas —dijo Miranda con serenidad.
Él cerró la boca, incómodo. Sin embargo, minutos después estaba a su lado en el auto, conduciendo hacia el evento.
El G