La tensión dentro de la mansión había crecido silenciosamente, como una tormenta que nadie quería reconocer, pero que se anunciaba en cada mirada esquiva de Adrián, en cada sonrisa falsa de Sara, en cada silencio que Miranda se obligaba a soportar para no romperse.
Habían pasado apenas dos días desde su regreso del hospital, y aun así parecía una eternidad de incomodidad y distancia.
Adrián se movía por la casa como un huésped confundido… pero no con todos.
Con Miranda, mantenía barreras.
Con Sara… permitía cercanías que hacían sangrar.
Miranda caminaba con un nudo en la garganta casi permanente. Veía a su esposo sentarse junto a Sara para ver televisión. A veces Sara lo tomaba del brazo para “ayudarlo a recordar”, o para “acompañarlo”, y él no la apartaba. No parecía incomodarle.
No como cuando Miranda se acercaba.
Ella notaba cómo él tensaba los hombros, cómo apartaba ligeramente la mirada, cómo su cuerpo se inclinaba hacia el lado contrario, casi imperceptiblemente… pero lo suficie