El portazo de Sara aún vibraba en las paredes cuando el silencio cayó como un velo sobre la casa.
Miranda permaneció inmóvil, mirando hacia la puerta cerrada, mientras Adrián seguía de pie a pocos metros, con el rostro cansado y las manos temblando ligeramente.
Durante un instante, ninguno se atrevió a hablar. El aire se sentía espeso, lleno de todo lo que aún no habían dicho.
—Por fin se fue —susurró ella al fin, sin apartar la vista del ventanal—. Pero el daño ya está hecho.
Adrián la observó con un dolor contenido.
—No quiero que sientas que la defendí —dijo con voz grave—. Solo… necesitaba encontrar la forma de cerrar todo sin hacer más daño.
Miranda giró hacia él, con la expresión endurecida.
—¿Sin hacer más daño a quién, Adrián? ¿A mí, o a ella? Porque pareces más preocupado por sus sentimientos que por los míos.
Él bajó la mirada, frotándose el puente de la nariz, sintiéndose cansado y agotado.
—No es eso. Es que, durante años, he cargado con la culpa de la muerte de Carlos. Se