No solo eran criminales, estaban todos locos.
Bueno, pero al menos Alessandro parecía ser un poco más normal, aunque bastante estúpido. Meterme en ese disparate solo para jugarme una broma. Si no fuera porque estaba rodeada de matones, asesinos y corruptos, seguramente también me reiría.
El más chiflado era Massimo. Para mí quería demostrar el poder que tenía llevándome de acá para allá como si estuviera paseando un perro. Tocándome, haciendo que me probara ropa delante de él.
Decidía qué me ponía, qué me sacaba, adónde iba y al parecer también con quién hablaba.
—¿Te divertiste esta mañana? —me preguntó cuando le devolvieron la tarjeta de crédito.
—¿A qué te refieres?
—Con mi hermano. Parecían llevarse bien.
La noche anterior me salió con la historia de que «No le sonrías a mi hermano», «No importa qué clase de confianza haya entre ustedes», «Estás aquí para una sola cosa. Cúmplela desde que abres los ojos hasta que te vas a dormir». Y bla, bla, bla, bla. Y ahora de nuevo.
—Es agrada