Alessandro levantó la vista del teléfono y le sonrió. Una sonrisa normal, Victoria se la devolvió.
Vi todo. La sonrisa de Alessandro, la sonrisa de Victoria, cómo duraron unos segundos de más. Y de nuevo las piernas sueltas, colgando, descalza.
Terminé el café de un trago y me fui sin decir nada. Con bronca. Tenía que arreglar una cena que no existía solo para justificar la ropa, para justificar que quisiera llevármela. ¿Por qué? Sencillamente, porque el vestido azul le quedó bien, porque se reía con Alessandro, porque me reventaba que otro hombre, aunque sea mi hermano, se le acercara así a mi «novia de mentira». O lo que fuera.
Hice un par de llamadas, adelanté algunas reuniones mientras miraba desde mi oficina las cámaras de seguridad. Las de la cocina.
Alessandro esperó a que me fuera para acercársele. Otra vez.
—No le hagas caso a Isabella. Está en esa edad difícil —escuché que le decía.
—No me molesta. Es inteligente.
—Demasiado para su propio bien.
—¿Siempre es así de... intens