Me desperté con un peso sobre el pecho que no era solo Victoria. Era esa sensación rara que viene después de que todo se va al diablo, cuando el peligro no se ha ido, solo está ahí esperando.
Abrí los ojos. La habitación estaba medio oscura, el sol se metía entre las cortinas. Ella estaba pegada a mi lado, respirando despacio, con la mano sobre mi pecho. La miré. Por un momento todo lo demás desapareció: la casa, el desastre, los muertos. Solo quedábamos nosotros dos.
La noche anterior había sido violenta, todo lo nuestro. Sin delicadeza, lleno de necesidad. No fue cariño barato; nos habíamos recordado que todavía estábamos vivos.
La apreté más fuerte. Ella suspiró y hundió la cabeza en mi pecho. Por un segundo pensé en quedarme ahí para siempre. Qué idiota.
Me levanté despacio para no despertarla. La casa estaba en silencio. Bajé las escaleras sin hacer ruido.
En la cocina me encontré con Alessandro, apoyado en la mesa con una taza de café. Se veía más relajado que de costumbre, aunq