Capítulo 52 —M
Los primeros en llegar fueron los hermanos Varela, dos ratas disfrazadas de empresarios. Luego entró Don Pietro, un capo veterano que caminaba lento, con el bastón golpeando el piso. Detrás vinieron los Ruggiero, los Campelli, los Mancini. El nido comenzaba a llenarse.
Me senté en la cabecera de la mesa. Los miré uno por uno. Nadie hablaba.
—Gracias por venir —dije con voz firme—. Ya saben lo que pasó. Los Puccio se rebelaron. Eso no se perdona.
Algunos asintieron. Otros evitaron mi mirada.
—Estamos todos de acuerdo en que fue un acto de guerra —continué—. La pregunta es: ¿cómo vamos a responder?
Don Pietro golpeó el bastón contra el suelo, reclamando la palabra. Su voz era áspera.
—Massimo, muchacho, no me malinterpretes. Nadie aprueba lo que hicieron los Puccio. Me disculpo por ellos, por lo que ocurrió en tu casa. Sabes que tengo un gran respeto por tu familia, por tu padre —tosió—. Pero no podemos convertir la ciudad en un campo de batalla por eso.
Se escucharon mur