Lo besé porque lo necesitaba. El calor de su boca para recordarme que estaba viva, en la realidad y no viviendo dentro de una pesadilla. Aunque sí lo estaba haciendo.
Me le colgué del cuello, me encantaba sentir todo su cuerpo pegado al mío, olerlo, tocarlo. Pero más que nada, me gustaba sentir cómo sus brazos se cerraban sobre mí y me apretaban con fuerza.
Me hacía sentir segura.
—Defendiste a Isabella —me dijo, besándome el cuello—. Te jugaste la vida, Victoria. ¿Por qué?
—Porque era lo que tenía que hacer —le respondí, metiéndole los dedos en el pelo.
—No lo hagas más —no era una orden, era una súplica.
Lo besé más fuerte, con todo. Me volvía loca.
—No lo hagas más, Victoria —repitió.
—Lo voy a intentar…
Lo que nos pasaba surgía en cualquier momento y lugar. Aun ahí en medio del caos que se desató. No importaba, solo salía.
Sus besos se volvieron feroces, brutos. Mis uñas se clavaron en su cabeza. Eso quería, eso necesitaba descubrir de él desde que lo conocí: la fantasía de todo s