El último Galli

Alessandro

La radio en mi cinturón hizo ruido.

—¡Isabella está herida! Repito, Isabella está herida. Victoria y Fabiola la están sacando. La llevan al hospital.

Isabella herida. Mierda. Isabella. Hace unos meses era una mocosa gritona y se metía en mi casa a despotricar porque el padre tenía novia nueva, que se me aparecía en la cocina con cara de culo para quejarse de Massimo. Mi sobrina.

Apreté los dientes. No podía largarme ahora, por mucha rabia que tuviera, por mucha desesperación y ganas de correr a buscarla. Miré a Tino, que estaba cubriendo el flanco izquierdo.

—Tenemos que apoyar a Massimo —le grité por encima del tiroteo.

—¿Y la señorita Isabella?

—Ya la están llevando. Nuestro trabajo es terminar esto. Si no lo hacemos, todos morimos aquí.

Victoria y Fabiola estaban con ella. Eso me tranquilizaba un poco. Pensé en Victoria, me maldije en medio de ese infierno por mi chiste estúpido. No estaría aquí, no estaría metida en esta familia si no hubiera sido por mi sentido del hum
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