La mañana siguiente me quedé sentado en el borde de la cama, sin moverme, con la mirada fija en la mano. Tibia, incluso bajo la tela. Me permití ese momento porque todavía tenía en la cabeza la imagen de anoche: el vestido, cómo le quedaba, y cómo, entre el plato principal y la aparición de Bianca, no pude dejar de pensar en lo que había debajo.
Y después, charlando con Alessandro como si fueran amigos de toda la vida. Cualquiera lo creería. Cualquiera menos yo. ¿Qué carajo pasaba ahí?
No aguanté más. Caminé hasta la escalera. La llamé.
—¡Victoria!
—¿Y ahora qué quiere? —la escuché preguntarle a mi hermano—. Ya se fueron todos.
Alessandro: mi hermano, mi mano derecha. Lo único que tengo además de Isabella.
Cuando Victoria ya estaba instalada en su habitación, Alessandro apareció en la casa principal luego de escuchar media hora a mi hija quejándose de mí. Siempre corría a buscar a su tío para que le soportara los ataques adolescentes de celos que tenía.
—¿Estás seguro de lo que estás