No pude, quería, pero no pude. Casi me dejo arrastrar por ella, casi lo logra. No me hubiera costado nada arrancarle ese pijama, las bragas, hundirme en su interior, tenerla.
Me costó la vida dejarla ir. Sencillamente, Victoria, era un lujo que no podía darme. Porque sabía lo que vendría después: la querría para mí, para siempre, nunca la soltaría. Y no podía hacerle eso. Lo mejor sería que terminara y se largara.
El problema estaba en que el que ponía fecha de finalización a nuestro trato, era yo.
Pisé la mancha en la alfombra, con el olor de su cuerpo todavía pegado en mi nariz. Estaba como drogado o ya había perdido cualquier rastro de cordura.
Alessandro llegó del Dollhouse, solía quedarse hasta más tarde. Supongo que vio luz salir de mi puerta.
—¿Todavía estás despierto? —preguntó sin entrar.
—No puedo dormir.
Se dio cuenta, siempre se daba cuenta. Al final, en vez de ser un Jefe, era un maldito libro abierto.
—¿Por Victoria?
—¿Y qué tiene que ver?
Se sentó en el mismo sillón, la