El muelle era un escenario salido de una pesadilla, puro óxido. Contenedores amontonados, puertas rotas, charcos de agua sucia. La imagen de Isabella no se me iba de la cabeza, funcionaba como combustible. Me movía, me sostenía y me estaba volviendo loca.
Massimo y Alessandro estaban afuera con sus hombres armados. Fabiola andaba entre las sombras, cuidándome. Pero yo tenía que entrar sola. Eso era lo que querían. Lo habían dejado claro: vienes sola o Isabella se muere.
El lugar estaba oscuro, con olor a mierda, a podrido. No vi ni a uno solo, pero yo sabía que estaban ahí esperando. Podía sentir sus miradas en mi nuca.
Llevaba la mano sobre el arma que tenía en la chaqueta. Tenía la pistola bajo la chaqueta. El silencio me ponía nerviosa. Sonaba un goteo.
—Isabella... —susurré.
Nada.
Escuché pasos. Un roce. Me quedé quieta. El corazón me latía fuerte. Levanté el arma. Se encendieron todas las luces de golpe.
Una luz blanca que me cegó. Cuando pude abrir los ojos, ahí estaban: una doc