—Porque no llega?—murmura Celine sentada en la estación— Debí mejor ir a su casa, talvez está muy herido.
—Señorita, ya no hay más trenes hasta mañana—le dice un seguridad—¿Está esperando a alguien? —Oh…perdón. No, disculpe no ví la hora. Esperaba a alguien pero parece que no pudo llegar. Se levanta a toda prisa sin esperar más preguntas. A las una de la madrugada, empapada y rota, Celine regresó a su casa. Entro por la puerta de la cocina. Anteriormente había sacado copia de la llave y puesto bajo el tapete. Escucha aún a todo volumen la música que había dejado puesta. Se encuentra extraño que no hayan entrado a su habitación a apagarla. Pero al entrar a la casa también nota que la puerta principal está de par en par. La puerta principal estaba abierta y no se escucha a nadie. Entró con el corazón golpeándole el pecho. Siente un olor muy fuerte y todo está desorganizado como si unos ladrones hubieran entrado a robar. —¿Pero qué...? Hay un silencio rotundo. Camino entre la oscuridad. Las luces estaban apagadas. Pisó algo húmedo. Se agachó y tocó. —¿Sangre...? Encendió la luz. Su madre yacía sobre el suelo, con los ojos abiertos, la boca congelada en un grito que no pudo salir. Su vestido blanco estaba manchado de rojo. El cuerpo de su padre estaba un metro más allá, con una herida en el pecho. La sangre aún estaba tibia. Celine quedó en shock, con un grito en la garganta que no podía liberar. Arriba parece que alguien abrió de una patada la puerta de la habitación porque la música se intensificó. Sus lágrimas empezaron a rodar. Sus piernas flaquearon y cayeron de rodillas. El llanto la ahogó. —¡No! ¡NOOOO! Toma el cuerpo de su mamá sobre sus piernas, la sacudió, la besó. —Despierta, mami... por favor... yo me voy a portar bien. Dime qué pasó, mami... La casa estaba en silencio. Pero en el segundo piso, se escuchaban pasos y voces. —¡La chica! ¡Falta una! No sabe quiénes eran, pero la buscaban a ella. Corrió. Sin pensar. Atravesó la cocina, cruzó el jardín, pasó por la puerta trasera y se perdió entre la ciudad. Media hora corriendo, va hasta la casa de Austin, pero no hay nadie, no sabe que está pasando. —¡Austin! ¡Señora y señor Costelo! Gritó asta que sus fuerzas la abandonaron. Piensa que talvez Austin estaba mal herido y lo llevaron al médico. Sin más, corrió rumbo al hospital pero ve el auto que estaba en frente de la casa de sus padres, rondando. Corre como si su vida dependiera de eso. Cayó frente a una puerta de metal, en un callejón, bajo una farola rota. Allí fue donde él la encontró. Demetrio Gambino. Salía a fumar, con su cigarro entre los dedos y los ojos fríos como hielo. La vio hecha un ovillo, temblando, empapada. —Piccola... ¿estás bien? El la reconoce de inmediato, la ha visto en fotos. Es la chica que le habían prometido. La chica virgen. Horas atrás Enzo Giuffre lo había llamado para decirle que lamentablemente el trato con su hija no iba porque ella había cometido el error de entregarse a otro. Que le mandaría el dinero que pagó por adelantado. Que lo disculpara. Pero Demetrio no es un hombre que viene con rodeos. Lo mandó a eliminar a todos. Pero al verla en persona ese sentimiento que ella despertó en él lo atrapa completamente. En ese momento sintió el impulso de matarla pero al verla tan frágil y escuchar su voz. El sentimiento de protegerla era mayor. También nota la sangre en sus manos. Ella lo mira. Labios morados del frio. Ojos enrojecidos. Todo lo que pudo decir fue: —Ayudeme. Mataron a mis padres. Demetrio se agachó despacio frente a ella, dejando el cigarro a un lado. Su traje oscuro, impecable, contrastaba con la miseria en que estaba sumida la chica. —Piccola... tranquila, ¿sí? ¿Cómo te llamas?—dijo con voz profunda y acento italiano arrastrando suavemente las palabras—. Ya estoy aquí. Celine parpadea rápido, con los labios temblando. No entendía nada. Solo sabía que ese hombre, de mirada de acero azul, era su única esperanza en medio de la pesadilla. —Me llamo Céline Giuffre. —Hola Céline. Soy Demetrio—Demetrio sacó su teléfono, marcando un número con rapidez— Envíen un coche a mi ubicación. Y traigan... traigan mantas. —Le echó una mirada rápida a Celine, evaluándola—. También una muda de ropa para una chica adolescente. Cerró el teléfono y la ayudó a levantarse con mucho cuidado, como si fuera de cristal. — ¿Puedes caminar, piccola? ¿Dónde vives?—pregunta. Ella se estaba debilitando débilmente. Apenas si sentia sus piernas, pero no queria quedarse en ese callejon oscuro. Se sostuvo de su brazo, permitiendo que él la guiara hasta la acera. —Vivo en el residencial Jardines de Lotto. Casa numero 120. Mis padres...mis padres estaban en el suelo tirados en la sala cuando llegue. Hay que llamar a la policía ya una ambulancia... tal vez estén vivos aún. —Enviare a mis hombres que se encarguen de todo. No te preocupes. En menos de cinco minutos, un Mercedes negro se detuvo frente a ellos. Dos hombres de traje bajaron enseguida, inclinándose con respeto ante Demetrio. -Jefe. Demetrio ascendió y los miró con frialdad. —Vayan a la casa de ella—les da la dirección —Quiero a las personas que le hicieron esto. Y que no queda rastro, investiguen que sucedió... ¿capisci? Los hombres asintieron de inmediato sin saber exactamente que quería su jefe y se subieron al coche. Irían a la casa pero acompañados de policías mafiosos ya llevarían a los padres muertos a la morgue para hacer creer que se abre una investigación y cerrarla por falta de pruebas. Demetrio estaba dispuesto a ser su héroe. Demetrio abrió la puerta trasera de su coche estacionado para Celine y la ayudó a entrar. Luego se acomodó a su lado. —Ahora vamos a cuidar de ti, piccola —dijo mientras el coche avanzaba velozmente por las calles mojadas—no puedes regresar a esa casa, no sabemos si esos tipos están rondando y querrán hacerte daño. Ella no preguntó adónde iban. No tenía fuerzas. Apoyó la frente contra el vidrio, las lágrimas deslizándose sin detenerse. Demetrio la observa de reojo. Tenía las manos, aún ensangrentadas. El corazón se le apretó, aunque su rostro permaneció imperturbable. Cuando llegaron a un lujoso edificio de departamentos en el centro, Demetrio la tomó de la mano y la llevó hacia el ascensor privado. Al entrar a su apartamento en el último piso, un lugar amplio, moderno, lleno de mármol y ventanas, Celine se encogió aún más, intimidada. Demetrio cerró la puerta detrás de ella. — ¿Tienes más familia que viva contigo? —pregunta en voz baja, quitándose el abrigo mojado. Celine negó con la cabeza, temblando. —Mis abuelos paternos y maternos murieron hace años. Mis padres eran hijos únicos. Tengo una hermana... pero vive en Europa. Apenas nos conocemos por fotos y videos llamadas. Ella es alcaldesa. Nunca... nunca me quiso tal vez porque no nos criamos juntas. —Osea, que estás totalmente sola. -Si. Demetrio avanzaba despacio, como si ya esperara esa respuesta. Se acercó, mirándola a los ojos. —Piccola... escucha —su voz era suave pero firme, arrastrando el acento—. Tu padre y yo éramos... amici, amigos. Nos conocíamos de hace tiempo. Celine lo miró, confundida. No recordaba haber visto a ese hombre en su casa nunca. Pero algo en su presencia le daba una extraña sensación de seguridad, a pesar del miedo. Demetrio le extendió una manta limpia y un vaso de agua. —Puedes quedarte aquí. Todo el tiempo que necesites. Nadie va a tocarte, lo juro por mi vida. —Se agachó un poco para quedarse a su altura—. Sei al sicuro adesso... estás a salvo ahora. —¿Tocaste a tus padres cuando los viste? —Si... toqué a mi mamá. Mi papa...—llora sin poder terminar las palabras. —Perdón por preguntarte esto. Es mejor que te quedes conmigo, la policía abrirá una investigación y puede que te acusen de asesinato si no agarran a los culpables. Tus huellas deben estar en todos los lados. —¡Pero yo no los compré! —Yo lo sé...solo hay que atraparlos. No dejaré que te toque. Ella dudó. Parte de su mente gritaba que no debía confiar en extraños. Pero... ¿qué opción tenía? ¿Salir a la calle? ¿Volver a la casa donde sus padres habían sido asesinados? ¿Podrá ir a la cárcel? Así lo hizo, bajando la mirada. —Gracias... —susurra apenas. Demetrio le acaricia la cabeza con una ternura extraña para alguien como él. —Andíamo. Ven. Te mostraré tu habitación. La llevó por el pasillo hasta una habitación impecable, con cama grande, sábanas blancas y una ventana enorme que daba a la ciudad iluminada. Habitación que estaba destinada para ella desde un principio. —Descansa, piccola, mis padres están en Italia, así que solo somos tú y yo. Toma un baño y ve a la cama, te traeré una taza de té en un momento—dijo en la puerta, antes de cerrar suavemente. Sólo cuando quedó solo en el pasillo, Demetrio sacó el teléfono nuevamente. Sus ojos azules, fríos como cuchillas. —¿Todo limpio? —Sí, jefe. Los cuerpos... ya los desaparecieron. Y los hombres que mandamos... también. Demetrio sonrió apenas. —Bene. No quiero rastros. Págale a nuestro contacto dentro de la policía. Que ponga en el reporte que fueron asesinados por saldo de cuentas, y que el culpable puede ser cualquier familia mafiosa del norte. —¿Y la chica? —De ella me encargo yo. Que sus huellas no estén en ningún lado de la casa reporta que estuvo conmigo todo el tiempo y me pasó el informe oficial en una semana delante de ella. Quiero verme como su salvador. Colgó y miró hacia la puerta cerrada del cuarto donde Celine toma una ducha. Ella jamás debía saber que los asesinos que aniquilaron a su familia... eran sus propios hombres por su propia orden.