Las hélices del yate resonaban como un rugido sereno mientras la embarcación se acercaba a la costa. Son apenas las diez de la mañana, cuando la lancha de la patrulla toca tierra firme, dejando a Rafael bajo custodia.
El ex jefe de seguridad, esposado y con la ropa revuelta por la pelea, gritaba como un loco poseído.
—¡Esto no se queda así! ¡Me las van a pagar! ¡Maldita perra, maldito bastardo, esto no se queda así!
Uno de los agentes lo empujó sin cuidado hacia el vehículo oficial. Cerca, Marco Ciriello, el compañero de Rafael y quien había sido dejado a cargo del protocolo de seguridad durante el paseo, observaba en completo silencio. En su rostro había una sombra que no se quitaba. No podía comprender cómo su colega, con quien compartía el mismo oficio desde hace años, había caído tan bajo… ni cómo no había visto venir lo que sucedería.
—¿Qué demonios te pasó, Rafael? —murmuró, mientras lo subían al vehículo—. ¿Qué te llevó a codiciar a la esposa de nuestro jefe…? A la mujer de un