La tarde había caído con el peso de un plomo caliente. La mansión estaba en completo silencio. Austin, de pie en el balcón del despacho, con una copa de whisky en la mano, observaba el horizonte como si pudiera encontrar respuestas escritas en el cielo.
Celine entró sin hacer ruido. Llevaba el rostro tenso, el cuello alto y los hombros cargados de una culpa que ya no podía disimular.
—Tenemos que hablar —dijo él, sin girarse.
Ella se quedó en la puerta.
-Perder.
—No podemos seguir así —añadió Austin, girándose al fin, con el vaso en la mano—. Si seguimos caminando entre las mentiras y los silencios, Cassius será el que termine roto.
Céline bajó la mirada.
—No es tan fácil.
—Claro que no lo es —replicó él—. Pero ¿desde cuándo algo en esta vida ha sido fácil para nosotros?
Se acercó y la tomó de la mano.
—Tenemos que ser inteligentes, Celine. Yo necesito cerrar todo trato con Demetrio, desvincularme legal y comercialmente sin echar a perder el imperio que tengo ilegal del que Demetrio c