—¡Papá, no entres espera!—le grita mientras se cubre con la sábana.
Tarde. Austin se lanza de la cama y toma su ropa y se pone la ropa interior muy rápido. Mientras Celine se atraviesa el toma un lápiz y le escribe en una libreta que ve en el suelo: Estación del tren. 12 am. si tú padre dice que no quiere volverme a ver. Nos vamos hoy. Y cerró la libreta. —¡Celine! ¿Qué demonios significa esto? ¿Acaso eres una maldita prostituta? ¿Eso es lo que estoy criando? Entra su padre. Luego su madre. Del último Westin, el amigo de su papá. —Señor Giuffre, déjeme explicarle...esto no es culpa de Celine...es mi culpa. Da un paso al frente, con la ropa en la mano. —¡Maldito, tenía que ser un Costelo! ¡Por supuesto que es tu maldita culpa! ¡Le tenía un buen prospecto a mi hija para que se casara, no un maldito mocoso de m****a!— le dice al ver la mancha de sangre en el colchón, muestra de la perdida de la virginidad de su hija primogénita. La estampa el primer golpe. —¡Papá! ¡No! Lo saca agarrándolo por el pelo luego de propiciarlo varios puñetazos en el rostro, ignorando los gritos de súplica de su hija. Westin lo sostuvo un momento por los brazos para que no se defendiera. Celine envuelta en las sábanas es retenida por su madre. —¡Celine esto es insólito! ¡En mi casa!—le dice su madre sin sortarla. —¡Papá, déjalo! ¡Lo van a matar! Gritos. Insultos. Llevan a rastras a Austin por el cuello. Celine lloraba, desnuda bajo la sábana. —¡Estás en problemas! ¡No volverás a verlo! ¡Te mandaré a Canadá con Westin! ¡No te imaginas todo el dinero que me has hecho perder, maldita mocosa!—le grita su padre mientras las venas se le marcan en el cuello de la ira. -No...! ¡Si lo haces me voy a matar! Su madre la cachetea, su labio inferior se rompió al instante. —¡No le respondas a tu padre! —Yo... cof, cof, cof—tose sangre—le pagaré ese dinero señor Giuffre —le dice Austin con el rostro adolorido—le pagaré solo deje que Celine venga conmigo. — ¿Acaso tienes en el cochinito de tu habitación un millón de dólares? ¿O tal vez tus abuelos debajo del colchón? —No...pero puedo llamar a mis padres. Para el padre de Celine Austin solo es el nieto de unos viejos pobres tonos de m****a que viven en el otro extremo de la cuadra por la forma en que viven. Unos campesinos mal hablados y de carácter flojo para criar. No era la primera vez que atrapaba a su hija besándose con ese inútil. Westin le da otro puñetazo, pero está vez en el estómago para que no sea capaz. Hasta ese momento había mantenido la calma. El quería a Celina para el. Pero si padre quería vender su virginidad a un buen postor, por eso tenía un contacto que solo esperaba que ella cumpliera la mayoría de edad. —Llévatelo Westin, no lo compañeros sólo para que la policía no se meta y me arruine los futuros negocios. Pero dale para que se olvide del camino. Esa noche, entre lágrimas e impotencia, Austin salió de la casa de Celine a la fuerza. Westin lo metió en el auto y metió sus cosas luego de darle una patada que lo dejo privado. El padre de Celine lo amenazó con matarlo si regresaba para verla. Media hora después, Westin lo empujó fuera del auto como si fuera un saco de basura. Austin cayó pesadamente sobre el pavimento, al lado del vertedero de basura, sintiendo cómo la gravilla le raspaba la piel. Apenas tuvo tiempo de girarse para ver las luces traseras del coche alejándose a toda velocidad, desapareciendo en la oscuridad sin mirar atrás. El aire olía a humedad, a basura, a abandono. Austin apretó los dientes mientras se incorporaba como podía, tambaleándose. Cada costilla le dolía, cada músculo le quemaba. No sabía cuánto tiempo había pasado ahí tirado, solo que el mundo parecía girar a su alrededor. Se limpió la sangre que le bajaba del labio roto y se abrazó a sí mismo contra el frío de la noche. —Maldito... —murmura con voz ronca mientras se pone el pantalón y la camisa a puro coñazo. La casa de sus abuelos estaba a menos de dos cuadras. Se obligó a caminar, arrastrando los pies, sujetándose de las paredes de las casas vecinas para no caer. Cuando por fin llegó, abrió la puerta trasera con la llave que siempre guardaba en el bolsillo del pantalón. Entró casi a rastras, en silencio, para no alertar a nadie. — ¿Otra vez metido en peleas? —escucha la voz cansada de su abuela desde la sala. Austin forzó una sonrisa mientras trataba de parecer normal, aunque sentía que se caía en pedazos. —Gané —mintió, encogiéndose de hombros. La abuela resopló, como si no se creyera ni una palabra, pero no dijo nada más. Austin cruzó directo hacia el baño. Abró el botiquín del espejo y empezó a limpiarse las heridas: el pómulo hinchado, el labio reventado, los nudillos pelados. Cada movimiento le arrancaba un quejido ahogado. Mientras intentaba pegar un apósito sobre la ceja rota, escuchó pasos pesados bajar por las escaleras. El abuelo. —Inepto. Inservible ¿estás son horas de llegar si sales a las cuatro de la tarde?—gruñe el viejo desde el umbral—. ¿Cuándo piensas largarte a casa de tus padres? Ya estoy harto de tus estúpidos. Austin no levanta la vista. No valía la pena discutir. No era la primera vez que discutía por lo mismo. —En un mes cumplo dieciocho —dijo, su voz apenas un hilo—. Después de eso… se van a liberar de mí. El abuelo soltó una carcajada seca. —Un mes —escupió—. Ojalá fuera hoy. Austin terminó de venderse como puede, toma una compresa con hielo, un yogurt y subió a su habitación. Cerró la puerta con seguro, sacó el celular y puso una alarma para las 11:00 pm, mientras lo comía y ponía la compresa en las costillas. Se tiró en la cama, vestido, temblando de cansancio y dolor. Solo un par de horas. Sólo tenía que aguantar unas horas más. La alarma sonó rompiendo el silencio. Austin se levantó de un salto, el corazón latiéndole con fuerza. Agarró la mochila ya preparada en su armario, sacó los 1200 dólares que había ahorrado en meses de juntar su mesada y las ganancias de los juegos de maquinitas. Los guardó con cuidado. Se puso una chaqueta, se calzó los tenis más nuevos, una chaqueta en piel, y bajó hasta el garaje en puntillas. Allí, tomó el casco de su abuelo y la motocicleta. Sin encenderla, la empujó hasta dos esquinas más abajo. Solo entonces, ya lejos de la casa, arrancó el motor. La noche era fría, silenciosa. Avanzaba rápido, el viento azotándole el rostro bajo el casco. La cabeza le dolía mucho, suerte que tomo varios calmantes. Tenía que llegar a la estación antes de la medianoche. Allí lo esperaría Celine. Y juntos… juntos se largarían de todo esto. Pero a mitad de camino, todo cambió. Desde una calle oscura, un carro negro apareció de la nada. Austin apenas pudo verlo antes del impacto. El golpe fue devastador. La moto se desestabilizó, chocando contra el asfalto. Austin salió volando, chocando contra el suelo como una muñeca de trapo. El casco golpeó con un sonido sordo, y la cabeza le retumbó. Intentó moverse, pero el dolor fue demasiado. Un hilo de sangre le corrió por el frente. El carro ni siquiera se detuvo. Se perdió en la oscuridad, dejándolo tirado. La conciencia le fallaba. Todo le daba vueltas. Apenas distinguir las luces distorsionadas en el cielo. La última imagen que tuvo fue la de la carretera vacía y el dolor pulsando en su cabeza... —Celine— fue el último nombre en el que pensó. Luego todo se apagó. Celine estaba preocupada. Luego de darse un baño y sus padres con la amenaza de encerrarla por el resto de las vacaciones en Canadá, se sentó frente a su escritorio. Su padre le incautó el celular, así que no tenía modo de comunicarse con Austin y asegurarse de que estaría bien. No debió cometer ese error en su propia casa. No debía confiar que sus padres llegarían al día siguiente. Nota la libreta en el suelo y la levanta. La abre para garabatear mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas. Su padre le advirtió que desde que termine un negocio esa misma noche la mandaría con Westin a Canadá. Debía comunicarse con el contacto que le compraría la virginidad a su hija y echar el negocio para atrás. Devolver el dinero y rogar que todo salga bien. Sería la primera vez que rompería una promesa de un negocio. Celine al llegar a la última página ve la nota de Austin. —¡Austin! —murmuró. Mira el reloj y nota que casi serían las doce de la noche si quería escapar con Austin debía salir de inmediato sin ser vista. Su escape sería la ventana de su habitación. No hay por donde bajar pero no sería la primera vez que deja caer la ropa en una mochila en la grama y se lanza a la piscina. Y así lo hace. Ella se puso su traje de baño y echo lo que piensa necesitar para el camino. Dinero, su pasaporte, ropa. Celine esperaba en la oscuridad de su cuarto. Escuchaba los pasos de sus padres apagarse con cada minuto. Su mochila estaba lista, escondida debajo de la cama. Solo tenía que esperar a que sus padres se fueran a dormir, así que se levantó con cuidado y puso música electrónica. La que ponía cuando estaba enojada o triste. Empujó la ventana, lanza la mochila. Y se clava en la piscina como toda una olimpiada. Sale de la piscina, toma la mochila y se pone la ropa seca luego de quitarse la ropa mojada. Y se puso sus tenis y una gorra. Se escabulló por la puerta trasera de la propiedad, con la mochila al hombro. ¡Corrio! por calles oscuras hasta que encontró a un taxista que la llevó a su destino. Esperó en la estación, oculta, congelada. Pero Austin nunca llegó. Lo que no sabía era que él, en su moto, había sido embestido por un auto negro. Cayó, su casco voló por el aire, su cabeza tocando el pavimento. Sangre. Ambulancias. Nada de recuerdos.