ALONDRA MONTERO
Vi la que alguna vez fue mi casa por la ventana del auto. Mi chofer me abrió la puerta y me ofreció su mano para salir. Por un momento regresé en el tiempo, cuando Rafael me trajo por primera vez a este lugar, cuando prometió que sería nuestro hogar, que la había comprado pensando en mí, en mis sueños por tener una casa enorme con amplios jardines donde tener muchos niños jugando. Quería una familia grande y así hubiera sido si no me hubiera decepcionado del hombre con el que decidí casarme.
«Manuel… tuve que quedarme llorando tu muerte el resto de mis días, no encontrar cobijo en los brazos de otro hombre que nunca te llegó ni a los talones», pensé mientras veía la casa con melancolía. Ya no era mía. Ya no representaba lo que era en un inicio. Ahora era un nido lleno de podredumbre.
Cuando di el primer paso hacia el pórtico escuché algo estrellándose y rompiéndose en el primer piso antes de que la puerta se abriera súbitamente por una sirvienta.
—¡Señora Alondra! ¡