SANTIAGO CASTAÑEDA
No estaba listo para lo que iba a ver en casa de mi padre, pero tampoco las lágrimas fluían como me imaginaba. Mi madre, la única que me amó y me protegió, la única que me consoló y que me vio como humano y no como una máquina, ahora ya no estaba. El vacío en mi pecho dolía, pero mis ojos estaban secos.
Alex apretó mi mano queriendo reconfortarme en silencio mientras yo no quería llevarla a la boca del lobo. El auto se detuvo y fui el primero en bajar, rodeándolo para abrir la puerta para Alex. Su suave mano se apoyó en la mía y la ayudé a salir.
Entonces su rostro se convirtió en una mueca de molestia. Estaba herida.
—¿Es en serio? —preguntó entornando los ojos—. Santiago Castañeda, ¿es en serio?
Estábamos fuera del convento. El lugar más seguro que se me ocurrió para ella.
—No pienso llevarte a ese lugar, no voy a arriesgarte de esa manera —dije con firmeza en la voz y viéndola directamente a los ojos mientras su decepción se hacía más profunda—. Volveré por t