ALEX GARCÍA
No importó que todas las monjas a mi alrededor me dedicaran miradas cargadas de sorpresa mezclada con lástima, ni siquiera que algunas cubrieran sus oídos, yo estaba en medio del patio llorando a moco tendido, quedándome sin aire, pero sin dejar de sollozar.
La madre superiora se acercó con el mismo gesto que las demás y se plantó frente a mí. Entonces intenté controlarme, haciendo respiraciones como si fuera a parir, inhalando y exhalando hasta que mis mejillas se inflaban.
—Alex, ¿estás bien? ¿Qué ocurre? —preguntó con esa voz tan serena cargada de comprensión. Se hizo un silencio prolongado en el patio, las monjas se acercaron para poder escuchar lo que tenía que decir, pero cuando abrí la boca, volví a llorar mientras intentaba balbucear palabras y movía las manos como si con eso pudiera terminar de explicar lo que mi voz no podía.
—¿Qué clase de penitencia es esta? —preguntó una de ellas cubriéndose los oídos.
—¡Tal vez se le metió algún demonio dentro! ¡Hay que l